El budismo representa la creación de una sociedad ideal así como la creación de un individuo ideal. Después de todo somos componentes de la sociedad y es difícil cambiar si la sociedad no se transforma.
Los hindúes tienen un proverbio: “No puedes trabajar en la cocina sin ensuciarte de un poco de hollín” —en la India el cocinar puede convertirse en una tarea bastante caótica—.
Del mismo modo, no podemos vivir y trabajar en una sociedad corrupta y poco ética sin mancillarnos. Por lo tanto, aunque sea por nuestro interés en el beneficio de nuestra vida espiritual y nuestra ética individual, tenemos que esforzarnos por transformar la sociedad en que vivimos. Está muy bien hablar del loto que florece en medio del fango, pero lo cierto es que es harto difícil ser un loto cuando el fango está bastante sucio y contamina.
Si nos concentramos en la parte social observaremos que el budismo presenta varias enseñanzas a este respecto, en especial dentro del contexto de la vida en la India antigua. Veremos que el Buda no estaba en favor de la característica social dominante en la India, o sea, en el sistema de castas, que hoy en día aún perdura. De acuerdo con este sistema, la posición o categoría en la sociedad dependía del nacimiento. Si uno era hijo de un brahmán, era, a su vez, brahmán; si se era hijo de un mercader, era también mercader y no había forma de escapar de esta situación.
Tal sistema está muy arraigado y extendido por toda la India, incluso en nuestros días, especialmente en los pueblos, y tiene un efecto muy frustrante sobre la iniciativa humana general. Por eso el Buda subrayó que la decisión de la jerarquía del hombre en la sociedad no debería estar basada en su nacimiento, sino en sus méritos. Éste es sólo un ejemplo de su enseñanza social.