Reflexiones de Dharmakirti acerca de dar clases de meditación en la cárcel de Picassent
Por qué lo hago
Nunca había estado en una cárcel antes; al llegar, lo primero que me impactó fue el color gris del edificio, parecía tan desangelado... me llamo la atención las caras de las personas que aguardaban para visitar a sus presos..., después entraba en un edificio, salía del mismo, entraba en otros, pasando sucesivamente los puestos de seguridad carcelaria, internándome más y más en la realidad de la prisión…..comienza a girar la rueda de la vida…Una imagen se apoderaba de mi mente “el mundo de la aflicción, del sufrimiento”. Aun no había visto ningún preso, pero podía percibir en el aire la densidad del encierro y la pesadez del sufrimiento que conlleva. Una y otra vez me venía a la mente la imagen de Kshitigarba, una figura arquetípica, un Bodhisatva del Budismo Mahayana.
Kshitigarba es la personificación de la compasión del Buda hacia los seres atormentados, especialmente aquellas criaturas que por sus acciones cometidas en el pasado sufren castigos en el infierno. El corazón de Kshitigarba es un corazón que ha hecho votos para erradicar los infiernos, y si es necesario con una sola mano, aunque este logro tome una eternidad. Si tan siquiera pudiéramos imaginar los sentimientos de un corazón como éste, la estructura pesada de nuestros intereses propios temblaría como un fuerte terremoto, y caería para nunca reconstruirse.
Finalmente llegamos al aula de meditación. A pesar de que siempre hay presos que vienen a meditar por primera vez, se ha ido formando un grupo de asiduos. Este aspecto de regularidad en la asistencia de algunos de ellos, junto con el hecho de que se han ido familiarizando con las técnicas de meditación y con nuestra presencia, ha permitido que el nivel de apertura, confianza y concentración del grupo haya progresado poco a poco. Con el tiempo se ha generado una dinámica de grupo con cierto grado de fluidez y armonía. Quiero decir que al principio era prácticamente imposible esperar que todos escucharan lo que un compañero expresaba. El nivel de dispersión y distracción del grupo no parecía fácil de superar pero después de muchas clases hemos ido creando el hábito de escuchar en silencio y compartir con respeto.
De cualquier forma, pienso que es muy valiente y loable por su parte, intentar serenarse y contactar con su mundo interior, en medio de esa experiencia tan intensa de opresión y agresividad. Muchos de los que estamos fuera de la cárcel y con muchas menos dificultades hubiéramos tirado la toalla hace tiempo.
Llegar los viernes por la tarde a la cárcel de Picassent para facilitar una clase de meditación, es algo que nunca hubiera imaginado llegar a hacer. Quiero decir que, por ejemplo en un viernes de Agosto a las 4 de la tarde con cuarenta grados de calor, coger la bicicleta para ir a encontrarme con mis compañeros para juntos ir a la cárcel …bueno no es una imagen particularmente refrescante ni estimulante…
Pero hace aproximadamente un año que llevo yendo a la cárcel y aún hoy me pregunto por qué lo hago… tal vez por que cuando uno ve el dolor, cuando lo mira así, tan de cerca y sin decorados, como se ve en la cárcel, es muy difícil no desear hacer algo que lo alivie. La meditación es sin lugar a duda una herramienta que apunta a eso…
Cada vez que acaban estas tardes de meditación en la cárcel, cuando ya regresamos a Valencia me siento mas completo y feliz. De repente veo tantas posibilidades y espacio a mi alrededor, que comienza a parecerme inútil y vergonzoso el tiempo que pierdo en quejarme y lamentarme por los tropiezos y las pequeñas dificultades que encuentro en mi camino.