Subhuti y los demás miembros del Colegio estaban ahora sí totalmente a cargo y se sentían a la vez más responsables y con más libertad para tomar iniciativas en el timón del movimiento. El periodo anterior había sido un intervalo sin un claro gobier-no. Aun cuando Sangharákshita estaba dejando su lugar y lo cier-to era que se metía menos en asuntos de la organización y ya la nueva generación había tomado sus puestos, ellos no se sentían completamente “empoderados”, pero ahora que él había hecho to-tal entrega estaban en libertad para proceder. Además sentían que debían hacerlo.
El movimiento atravesaba por cambios sustanciales. Algunos se debían a su éxito y con éste vinieron diversas tensiones y difi-cultades.
Los años 90 habían sido el periodo de más rápido crecimiento en la Orden hasta entonces. En 1994 tenían ya 600 miembros. Para el 2003 eran más de mil. No era más un grupo cerrado e íntimo de discípulos personales de Sangharákshita. Ahora eran una gran co-munidad internacional que él había fundado en un pasado (rela-tivamente) distante. Cada vez eran más los miembros de la Orden que nunca se habían encontrado con él en persona. Nadie podía reemplazarlo. Si bien había muchos miembros de la Orden con una presencia imponente no había ninguno que pareciera vivir tan inmerso en el reino del Dharma como él.
Los que estuvieron en los viejos tiempos del AOBO habían so-ñado con la “Nueva Sociedad” y trabajaron mucho para realizar ese sueño. Tuvieron la clara sensación de estar participando en un proyecto común, con un gran esfuerzo creativo y colectivo. Hicie-ron realidad muchos de sus sueños. En el Reino Unido, en espe-cial, las principales ciudades tenían un centro budista del AOBO. Se contaba por lo menos con siete centros de retiros, más nume-rosas comunidades y empresas de subsistencia correcta. Sin em-bargo esto significaba que podría resultarles más difícil tener esa sensación de compromiso en un empeño común. Habían pasado los días en que todo era nuevo y ellos eran los pioneros. Incluso se estaba dando una tendencia a que las instituciones se centralizaran y fueran más conservadoras, lo cual los llevaba a la pasividad don-de menos debían ser pasivos.
Aunque el AOBO había logrado cierto nivel de éxito estable-ciéndose en muchos países del mundo, esto causó tensión en los sistemas y recursos. Conforme se extendía el movimiento se reque-rían más cuidados para mantener la unidad. Eran ya cerca de dos mil personas las que habían pedido ordenación en todo el mundo y como consecuencia aumentaba la necesidad de establecer proce-sos de entrenamiento para la ordenación fuera de la Gran Bretaña. Todo ello fue causa de estrés para los miembros de la Orden con más antigüedad y que fungían como presidentes y preceptores pú-blicos. Algunos miembros de la Orden más allá del Reino Unido sentían que el AOBO era demasiado “anglocéntrico”. Se sentían frustrados y querían tener más autonomía y control.
A medida que se ampliaba el movimiento atraía a personas de los más diversos contextos y estilos de vida. Fue un éxito que puso en evidencia la creciente disparidad entre parte de la vieja jerga y los modelos del AOBO y la realidad del momento. Por ejemplo, la idea de una “Nueva Sociedad” se había relacionado con quienes vivían y trabajaban de tiempo completo en las instituciones del AOBO. Asimismo, seguía habiendo tensiones con respecto al “es-tilo de vida” (como se describió en el capítulo 5).
Los miembros de la Orden estaban adquiriendo experiencia y madurez espiritual. Muchos de ellos llevaban más de 15 años practicando y siguiendo el sendero del AOBO fielmente. Cada vez tenían una visión más particular de lo que era la vida espiritual y deseaban enseñar más con base en su propia experiencia o, bien, explorar otras formas de practicar, en especial en el área de la me-ditación. Una vez más, había mucho de positivo en ello pero co-menzó a suscitarse la interrogante de cómo el AOBO mantenía y presentaba un cuerpo de enseñanzas coherente.
En el 2001 Subhuti formó un grupo central de trabajo en torno a él, conocido como “la Junta de Madhyamaloka”. Decidieron abrazar todos los cambios que estaban ocurriendo y trabajar con ellos para intentar liberar nuevas corrientes de energía en el movimiento. Su slogan comprendía los cambios espirituales y “culturales” que les pa-recían necesarios: “Profundizar en la Orden, abrir el movimiento”.
Con la finalidad de “profundizar en la Orden” hubo pláticas y talleres diseñados para revitalizar las reuniones de capítulos la Or-den y se invitó por unos cuantos días a diversos capítulos, cada uno en su turno, a que asistieran a Madhyamaloka, para trabajar con Subhuti y algunos más, con miras a hacerlos espiritualmente más dinámicos. Asimismo, se trazaron planes para hacer la “Biblioteca Sangharákshita”, donde se conservarían los libros de él mismo, así como sus artículos y otros efectos personales y que, después de su muerte, sería un monumento a su memoria. A su alrededor crece-ría una comunidad de miembros de la Orden con más antigüedad y experiencia, quienes dirigirían retiros y seminarios de estudios y ayudarían a preservar radiante y clara la visión espiritual.
Para “abrir el movimiento” se hicieron cambios al sistema de mitras, el cual a muchas personas les parecía que se había vuelto demasiado complejo y centralizado. En agosto del 2001 Subhuti dio una plática en la que explicaba la manera en que la Junta de Madhyamaloka deseaba poner en marcha un proceso de descen-tralización del Colegio y las estructuras del movimiento. Hubo además un intento por establecer consejos regionales.
Algunas de esas iniciativas (como los cambios al sistema de mi-tras) fueron bienvenidas en la Orden pero otras (como el proyec-to de la biblioteca y la regionalización planeada) no consiguieron despegar en esta etapa. Parecía limitado lo que podía llevar a cabo el Colegio. La Orden era ya demasiado grande y los miembros del Colegio demasiado pocos, además de que estaban saturados de trabajo al respecto. La Orden funciona siguiendo el principio de “consenso”. Las decisiones importantes se toman una vez que todos los miembros de la Orden están de acuerdo con la decisión o se manifiestan dispuestos a alinearse con ella. ¿Pero cómo busca y mide uno el consenso en temas importantes cuando toda la Or-den tiene que estar participando en ello? Algunos comentaron que el auténtico cambio cultural no viene de arriba. La Orden había dejado atrás la fase en la que se podía influir de un modo simple, mediante conferencias, seminarios y exhortaciones. Aun cuando la motivación era sincera, el cambio venía muy propiciado desde el centro. Subhuti gozaba de gran admiración, era brillante como líder y organizador pero al parecer los tiempos pedían el liderazgo de personas que pudieran trabajar de una forma más orgánica y consensual. Aunque Subhuti intentó adaptar su estilo no le resultó algo natural.
También los demás miembros del Colegio eran apreciados y respetados pero se hizo evidente que no todos ellos estaban a la altura de ese tipo de responsabilidad organizacional ni necesaria-mente les interesaba. Algunos habían trabajado mucho al frente del movimiento durante años y sentían que ya requerían un cam-bio personal. Varios miembros del Colegio original se desplazaron de su puesto.
También Sangharákshita libraba una batalla. Había estado ac-tivo y vigoroso antes de los 80 años de edad pero ahora parecía entrar muy rápido en la vejez. Su vista se deterioraba debido a una degeneración macular que sobrellevó con admirable ecuanimi-dad. Luego empezó a padecer insomnio y, con ello, un agotamien-to extremo que le acongojó terriblemente. A sus discípulos más cercanos les preocupó mucho verlo así. Él le confió a un amigo que si, bien, se había sentido preparado para morir, no se había sentido listo para ser un anciano. En unos cuantos meses se vol-vió un hombre frágil. Pidió que no se le molestara por ninguna razón. Para poder lidiar mejor con su insomnio deseaba no saber de noticias ni desarrollos en el movimiento. Sólo quería que no se le perturbara.
Quienes aún seguían en Madhyamaloka cuidaron de Sangha-rákshita lo mejor que pudieron y no dejaron de preguntarse qué hacer con el movimiento. Los asuntos que estaban tratando de re-solver se hallaban llenos de nudos y marañas. Se sentían enredados y atados a todo ello. Por alguna razón las cosas no se estaban solu-cionando. Algo mantenía a la Orden en un atasco.
Entonces alguien escribió una carta que transformó todo.
Shabda, que es una publicación exclusiva de la Orden, ofrece es-pacio para que cualquier miembro de la OBO escriba sobre as-pectos de su vida y su práctica. La correspondencia que se recibe cada mes se coteja, imprime y distribuye a toda la Orden. Su sec-ción de cartas es uno de los principales medios para el debate y la comunicación.
En enero del 2003 un miembro de la Orden, llamado Yashomi-tra, envió su reporte a Shabda. En él relataba su relación sexual con Sangharákshita a principios de los años 80. En ese entonces Yasho-mitra tenía apenas 18 años, Sangharákshita era casi 40 años mayor que él y era su preceptor y maestro. La relación duró cerca de me-dio año y fue Sangharákshita quien le puso fi n. En retrospectiva, Yashomitra se lamentaba de aquella relación, la cual consideraba que lo había perjudicado. ¿Cómo podía Sangharákshita haber sido tan inconsciente de lo impresionable que sería Yashomitra y de cuán probable era que saliera resentido? De eso quería hablarle a la Orden Yashomitra. Suponía que otros hombres estarían cargando con cuestiones similares y que la Orden en su conjunto todavía no se había enfrentado a las sombras del pasado.
El compilador de Shabda le pidió su consejo a la Junta de Mad-hyamaloka. ¿Debería publicar una carta tan personal y tan crítica, sobre todo cuando se dirigía al fundador de la Orden?
Los miembros de la junta no podrían estar todos disponibles para reunirse y hablar del tema hasta el siguiente mes. Sabían que el contenido de la carta era explosivo. ¿Qué podían hacer? Si pu-blicaban la carta Sangharákshita podría sentirse traicionado. De hecho, les preocupó que en el estado precario en que se encontraba lo matarían la fuerte impresión y la pena. Sin embargo, se sentían asimismo seguros de que, por su propio bienestar e integridad, la Orden tenía que ser abierta y honesta.
Cuando se publicaron en internet aquellos “archivos”, la res-puesta oficial que redactó la Oficina de Comunicaciones del AOBO había minimizado y evitado con toda intención el tema de la vida sexual de Sangharákshita. Eso se hizo a solicitud de los miembros de la Orden en la India, donde la homosexualidad sigue siendo un tabú. La preocupación era que si se revelaba que él era homosexual la gente no sólo se decepcionaría, sino que además se corría el riesgo de desatar agitación y violencia social en el den-so ambiente de la política ambedkarista. Sin embargo, eso había dejado a los miembros de la Orden que trabajaban en la Oficina de Comunicaciones y a otros más en Occidente en una situación incómoda, al no poder tener apertura en un tema que bien sabían que le interesaba a muchas personas. Ahora, cuando las noticias eran conocidas en la India, ya no estaban dispuestos a seguir en una postura comprometida.
La Junta de Madhyamaloka decidió publicar la carta. Se dio a conocer en Shabda, en marzo del 2003, con el siguiente prefacio de Subhuti:
Yashomitra escribe con honestidad y objetividad. Suscita temas que, según nuestra opinión, deben ventilarse en la Orden y el movimiento, independientemente de que estemos de acuerdo con todo lo que ahí dice. Lo cierto es que me da gusto que Yashomitra haya escrito ese artículo y me complace que ahora otra instancia de nuestra his-toria colectiva se abra para todos.120
Ya se habían recibido críticas desde fuera del movimiento pero Yashomitra era muy conocido y apreciado. Sin embargo, mientras que el artículo del Guardian había sido sensacionalista y los “Archivos del AOBO” rencorosos, Yashomitra era tranqui-lamente razonable. Su carta tenía un aire de autenticidad y no era posible ignorarla.
Su publicación encendió un proceso de cuestionamientos, de-bates y búsqueda espiritual que ondeó durante meses. Shabda pasó mucho tiempo lleno de opiniones, reflexiones, anécdotas y remi-niscencias, entre las que se incluían las de algunos hombres que de alguna manera habían tenido relaciones sexuales con Sangha-rákshita u otros miembros veteranos de la Orden. También había de mujeres que habían tenido la experiencia de ser censuradas y atacadas cuando decidieron tener familia. Igualmente estaban las historias de quienes habían participado en el Centro Budista de Croydon. Algunas de esas anécdotas se reimprimieron en un li-brito, con la autorización de sus autores y se puso a la disposición de mitras y otras personas en el AOBO, para que se mantuvieran enterados de lo que acontecía. Hubo desazón, incredulidad y, des-pués, ira y tristeza. Hubo expresiones de lealtad y sentimientos de traición. También hubo una sensación de alivio al haber permitido por fin que hubiera apertura.
Sangharákshita estaba enfermo y ni siquiera sabía lo que esta-ba ocurriendo. El Colegio se hallaba bajo el peso de una crecien-te y excesiva faena y ya varios habían dejado su puesto. ¿Quién mantendría la cohesión durante la crisis? El Colegio se percató de que lo que hacía falta era dejar la vía libre y permitir que la Orden debatiera sobre los temas como quisiera. Subhuti escribió otra carta en la edición de Shabda de mayo del 2003, exhortando a que hubiera total honestidad y libertad para comentar acerca del pasado. Ese verano la Convención de la Orden se basó en gran parte en dos “foros”, en los que se trataron los asuntos con amplia apertura.
Con esmerada atención y destreza, Dhammadinna y Nagabo-dhi moderaron los foros. Animaron a los aproximadamente 500 miembros de la Orden ahí reunidos a que no interpretaran, ex-plicaran ni criticaran la experiencia de otras personas y ni siquie-ra supusieran cómo había sido su experiencia. Aclararon que la finalidad era tan sólo escuchar los relatos y que si acaso hablaban lo hicieran desde su propia experiencia, no a partir de teorías u opiniones sobre el pasado del AOBO. El ambiente estaba encen-dido, con los nervios a flor de piel. “¿Podríamos empezar de una vez por todas?”, gritó alguien. “Sí, pronto empezaremos”, dijo Nagabodhi, “pero antes quisiera cantarles una canción”. Todos se rieron a carcajadas. La tensión se liberó un poco y enseguida comenzó la asamblea. A lo largo de varias horas desfilaron por el pódium algunos miembros de la Orden contando sus historias de los primeros días. Uno de ellos que estaba sentado, escuchan-do, lo describió así:
Aun cuando mucho de lo que decían estaba fuera de mi experiencia particular directa, recuerdo que empecé a sollozar y noté entonces que también muchos otros lo hacían, hombres y mujeres, como si se tratara de una sesión de gestalt colectiva. No era un debate que bus-cara una resolución, lo cual sería imposible ... Asimismo, era como si estuviéramos alcanzando la mayoría de edad ...
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El cuestionamiento y la discusión que provocó la carta de Yasho-mitra desató tres temas interrelacionados. El primero fue Sangha-rákshita y la sexualidad. Muchos varones, todos por lo menos de 18 años pero bastante más jóvenes que Sangharákshita, habían tenido relaciones sexuales con él en los primeros días del movi-miento. A varios de ellos eso les había hecho sentirse felices pero para unos cuantos resultó ser algo problemático. ¿Había sido fal-ta de ética por parte de él no tomar en cuenta sus situaciones y sentimientos? De ser así, ¿menoscababa eso su credibilidad en él como maestro budista?
En segundo lugar, se suscitaron interrogantes más amplias en cuanto a la sexualidad, el AOBO y la cultura “experimental” que había prevalecido en sus inicios.
En tercera instancia el artículo también funcionó como un ca-talizador, poniendo en marcha una reacción en cadena de varios temas más. Los participantes ya no sólo estaban hablando acerca de la vida sexual de Sangharákshita. Estaban afirmando también su propia relación con el AOBO basándose en toda una gama de tópicos. Eso volvió a encender múltiples controversias del pasado: la congoja y la infelicidad de quienes se habían sentido excluidos y desaprobados porque no estaban viviendo el “estilo del AOBO en su forma completa”; las viejas tensiones que se dieron entre las alas varonil y femenil; nuevos desacuerdos con los puntos de vista de Sangharakshita sobre las aptitudes de hombres y mujeres; y temas en torno a la jerarquía y la autoridad.
Es imposible mencionar todas las opiniones expresadas en esos foros pero, una vez que se extinguieron las flamas y se asentó el polvo, la mayoría de las personas quizá sintieron algo como lo que veremos a continuación...
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Seguían sintiendo una enorme gratitud hacia Sangharákshita por haber iniciado el AOBO y porque les había dado el Dhar-ma. Acerca de lo que vieron con respecto a su conducta en otras áreas de su vida, no creían que hubiera manipulado de manera deliberada a sus amantes. No obstante, notaban que había me-nospreciado gravemente el modo en que la gente lo reverenciaba y que, por lo mismo, podía arrastrarla con facilidad. No se había dado cuenta de lo difícil que podía ser para algunos de esos jóve-nes saber lo que en realidad querían o simplemente decir “no”.
Sangharákshita no llevaba en secreto sus relaciones. Fueron ampliamente conocidas en su momento, pero cuando se hicie-ron las acusaciones se rehusó a hablar de ellas de manera pública y no expresó ningún arrepentimiento. A los miembros de la Or-den les dolió lo que sintieron como una berrera en la comunica-ción. Comprendieron que era un hombre con una vida privada y que la mayoría de la gente no quiere hablar de su sexualidad en público. Captaron que eso podía ser especialmente cierto en el caso de alguien de la generación de Sangharákshita. Ya se acer-caba a los 80 años de edad. De igual modo pudieron comprender su temor a que cualquier cosa que hubiera dicho fuera mal en-tendida o quizá malinterpretada en la internet. Aun así habrían deseado que dijera algo, por ejemplo afirmar que no había sido su intención hacerle daño a nadie y que lamentaba si alguien había salido lastimado.
Durante el periodo de su vida en que estuvo sexualmente activo (era célibe a finales de los años 60 y retomó esa práctica a finales de los 80) a veces seguía usando los mantos anaranjados de monje theravadín, sobre todo en ocasiones ceremoniales y en la India, a pesar de que los monjes theravadines profesan el celibato. La ex-plicación que daba era que estaba intentando establecer un nuevo tipo de ordenación que no era monástica pero tampoco laica y que él mismo se veía en definitiva como una especie de híbrido entre ambas. Para la gente era difícil imaginar lo que significaba para él ser un pionero del budismo en Occidente, procurando actuar como una figura de transición entre las viejas y las nuevas tradicio-nes. Sin embargo, en retrospectiva, la mayor parte de las personas sentían que el hecho de que se vistiera con esos mantos en parti-cular cuando llevaba una vida sexual activa era un error que les estaba causando una inevitable confusión.
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La contracultura de finales de los años 60 y principios de los 70 fue también la era de la liberación sexual. Muchos de los jóvenes que se acercaban al AOBO se hallaban bajo la influencia de las ideas del amor libre y la experimentación sexual. Sin embargo, a medida que empezaban a profundizar en su práctica budista, muchos se dieron cuenta, cada vez más, del tiempo y la energía que estaban invirtiendo en el sexo y consideraron que era una distracción con respecto a su práctica. También vieron la fuerte influencia que ejercía sobre ellos el “ideal romántico” occidental, la expectativa inconsciente de encontrar a la persona con la que conseguirían un amor y una intimidad sexual perfectos. Eso po-día conducir a alguien a establecer relaciones enfermizas con un apego exagerado. Dentro del AOBO surgió una fuerte crítica a esas “relaciones neuróticas”.
Ahí estaban, hombres y mujeres, la mayoría de ellos entre los 20 y los 40 años de edad, tratando de aplicar el budismo en la esfera del sexo y las relaciones. Intentaban resolver lo que implicaba el Dharma en un área particular de su vida, en un momento y un contexto cultural novedosos. No parecía posible ni adecuado nada más copiar el modelo monástico asiático pero tampoco querían someterse a los condicionamientos culturales de Occidente.
Comenzaron a desarrollarse comunidades y retiros para un mismo sexo, entre otras razones para permitir que hombres y mu-jeres vivieran más libres del apego romántico o sexual. A media-dos de la década de los 80 la idea de separarse por género era una parte muy sólida e integral en la cultura del AOBO. La gente se relacionaba con eso de maneras muy diferentes, según lo describe Dhammadinna:
Para mí, asimilar un estilo de vida conviviendo sólo con mi mis-mo sexo trajo de la mano el dejar a un lado las relaciones sexuales. Para otros significó empezar a tener esas relaciones con su mismo sexo. Algunos lo hicieron así por un tiempo, quizá percatándose de que eran más bisexuales de lo que imaginaban, mientras que otros descubrieron que su verdadera orientación iba hacia su propio géne-ro. Algunas personas siguieron siendo heterosexuales y otras más se volvieron célibes. Estábamos tratando de romper tabús, posible-mente derivados de actitudes cristianas y sociales con respecto al sexo, que en ocasiones traían como resultado culpas irracionales. Algunos empezaron a especular con que la homosexualidad podría ser en cierto sentido más “espiritual” que la heterosexualidad, por-que era menos factible que condujera a hacernos domésticos y esta-blecernos. Asimismo debatimos sobre si la amistad espiritual y el involucramiento sexual coincidían.123
Pero después, conforme fueron adentrándose en el AOBO más personas con familia, esa fuerte defensa de la noción de activida-des de un mismo sexo podía parecerles desalentadora. Había, por ejemplo, una frase que se empleaba mucho: “Mantén tu relación sexual en la orilla de tu mandala”.124 Para un joven que intenta-ra practicar el Dharma con mayor intensidad y deseara mantener equilibrada su vida romántica y sexual, sin que impregnara todo lo demás en su mundo, la frase podía ayudarle pero a quien prac-ticara dentro de un contexto familiar y tuviera pareja e hijos le resultaría extraña e inadecuada. Es eso lo que sucedía con parte de la retórica del AOBO acerca de la “pareja neurótica” (dos personas que fueran demasiado emocionalmente dependientes una de otra) como “el enemigo de la comunidad espiritual”.125 Los que tenían pareja o hijos podían considerar que el tono de esas palabras era hosco, confrontador y desconcertante.
Los tiempos estaban cambiando también de otras formas. La década de los 80 vio el surgimiento de la tragedia del SIDA y, en el Reino Unido, de la Cláusula 28.126 Aumentaba la alarma en torno a abusos sexuales, debates sobre lo que era socialmente correcto y políticas de género. Todo ello reflejaba (y contribuía a crear) acti-tudes con respecto al sexo y la sexualidad muy distintas a las que prevalecieron en los años 60. Dhammadinna reflexionaba:
... algunas de las cosas que hicimos en el pasado han dado lugar a controversias. Quizá sea hora de hacer un inventario, mirar atrás
- “Mandala”, en este contexto, significa el patrón o estructura general de la vida de alguien. Era un slogan para recordarle a las personas la necesidad de man-tener en el centro de su vida los ideales del Buda, el Dharma y la Sangha, junto con otros aspectos de la existencia considerados en relación con esos ideales. Véase, por ejemplo, Sangharákshita 1995, p. 66: “En el AOBO no tenemos una actitud puritana con respecto al sexo, si bien hay que reconocer ... que tiene un lugar periférico en lugar de ocupar un sitio en el centro de nuestra existencia. En la actualidad la gente intenta ‘invertir de manera exagerada’ en un tipo de relación sexual-romántica y el resultado es que su equilibrio emocional se ve constantemente amenazado y se hace imposible tener paz mental”
- La cláusula 28 (más precisamente Sección 28) fue una enmienda de 1988 al Acta de Gobierno Local de 1986, de la ley del Reino Unido, que prohíbe a las au-toridades locales “promover la homosexualidad”. Ésta provocó una fuerte oposición de la comunidad gay y sus simpatizantes. La cláusula se revocó en el 2003 (en Esco-cia en el año 2000).
para revisar esos primeros experimentos y considerar qué hemos aprendido y que hemos trascendido. Esto supone entender las ac-titudes y actividades de décadas pasadas en el contexto de su mo-mento. Hay que tener cuidado con la tendencia a ver el pasado bajo la lente del presente...
La gente ahora estaba inventariando en el área del sexo y la amistad espiritual. ¿Podría la sexualidad ayudar a que las personas profundizaran en la amistad y la comunicación o era mejor man-tener separadas la sexualidad y la amistad espiritual?
Sangharákshita había hablado de que los hombres solían te-ner miedo de la homosexualidad y del contacto físico con otros hombres y de que ese miedo era una barrera para una amistad más profunda pero, como dijo en una entrevista a finales de los 80, “No quiere decir eso que deberían tener contacto sexual con hombres...”128 Para entonces ya había retornado a la práctica del celibato, tras llegar a la conclusión de que:
El sexo no formaba parte tan relevante de la comunicación humana
... no traía como resultado un logro permanente; tan sólo aporta-ba cierta oportunidad que después había que desarrollar. A veces el avance conseguido llegaba a su fin y todo volvía a ser como antes.129
De un modo más amplio en el AOBO, mucha gente estaba lle-gando a la misma conclusión: el sexo entre amigos no era obstácu-lo para una auténtica amistad espiritual pero tampoco llevaba ni necesariamente ni en general a profundizar en la amistad.Otras nuevas sanghas budistas, sobre todo en Estados Unidos, habían atravesado por periodos de intensa controversia y debate acerca de las relaciones sexuales entre “maestros” y “discípulos”. Al igual que ellos, el AOBO estaba aprendiendo que la sexualidad dentro de la sangha podía ser peligrosa. Si uno de los involucrados era de mayor edad o tenía más experiencia espiritual que el otro, fácilmente podía brotar una fe ingenua en él como maestro, un deseo de obtener su aprobación y una abdicación a la responsabi-lidad personal. Cuando las personas empezaban a ahondar en la vida espiritual podían liberar fuertes emociones, así que quienes eran susceptibles de ser tomados por “maestros” o de ocupar un puesto de “autoridad” debían tener cuidado.
Lo cierto es que desde mediados de los años 90 la mayoría de las personas en el AOBO recomendarían tener precaución en lo concerniente al sexo y la amistad espiritual. Hubo llamados a la elaboración de un “código de conducta” y muchos centros del movimiento hicieron un acuerdo de que los maestros y los miembros del equipo no se acercarían con propuestas a nadie de quienes tomaban clases de meditación y budismo. Más allá de eso parecía difícil poner “reglas”. ¿Cómo podría garantizarse su cumplimiento? Era necesario llegar a una negociación mediante la confianza y el análisis, pero no con regulaciones. Dhammadin-na observó que:
En un movimiento budista del tamaño y la diversidad del AOBO (que tiene actividad en culturas tan disímbolas como Estados Unidos, la In-dia y Sudamérica en la actualidad) cualquier intento de dictar normas de conducta podría volverse enormemente complejo.
La reacción a la carta de Yashomitra tenía que ver también con que los miembros de la Orden, en lo individual y lo colectivo, entabla-ran relaciones más sanas con su maestro. En los primeros días la gente veneraba a Sangharákshita. Tenía más de 40 años y la mayoría de ellos andaba entre los 20 y los 30. Apenas estaban descubriendo el Dharma y él, en cambio, llevaba más de 20 años practicándolo y se veía seguro e inspirado. Muchos dieron por hecho que era un iluminado, aunque él jamás proclamó nada semejante. Un miembro de la Orden de aquellos días lo vivió así: “La adulación y la proyec-ción fueron masivas. Las personas sorbían y repetían cada palabra que dijera Bhante y nada más que eso. Seguían con extrema aten-ción cada sílaba, cada frase, cada acción”.
A veces Sangharákshita trataba de sofocar esa adulación. En su conferencia “Mi Relación con la Orden”, pronunciada en 1990, pi-dió que lo consideraran simplemente como a un amigo espiritual o, incluso, nada más como un amigo. No quería que lo tomaran como a un “gurú”. Él creía que esa palabra creaba expectativas poco sanas en la visión de los seguidores y podía tentar al maestro también, al grado de infatuarlo. Ya entonces estaba haciéndole no-tar a sus adeptos que, por supuesto y de manera inevitable, él tenía sus limitaciones:
Puesto que soy una persona más bien complicada soy un misterio para mí mismo ... y no tanto que sea un misterio para mí, sino que albergo muchas ilusiones acerca de mí. Una de las ilusiones que no albergo es que yo fuera la persona más adecuada para ser el funda-dor de un nuevo movimiento budista ... Había en mí muy pocas de las cualidades necesarias. Me desempeñé bajo muchas desventajas ...
No puedo menos que sentir que el nacimiento de la Orden BudistaOccidental fuera apenas un milagro ... Que uno es tan sólo una per-sona, de todos modos, que tiene sus limitaciones ... impuestas por el hecho de que uno tiene determinado temperamento y percibe la vida de una forma en particular. Uno no puede tener todos los tem-peramentos ni percibir la vida de todas las maneras posibles ... mis propias limitaciones personales no deberían ser las limitaciones de la Orden. Ésta sencillamente no tiene por qué ser a todas luces lo que dice Sangharákshita ... La Orden tendría que ser rica, esplendorosa, poseedora de todo tipo de facetas.
Ahora, 13 años después de que Sangharákshita diera esa pláti-ca, la Orden estaba captando su mensaje con más amplitud. Esta-ban alcanzando una visión mucho más madura y matizada de su maestro. Era como si se estuviera retirando de Sangharákshita una proyección masiva, colectiva. Ya podemos imaginar lo que esto significaba para él.
Como escribió Subhuti en Shabda en el 2003:
La vida espiritual se podría ver, incluso, como un proceso de ma-duración de la relación que se tiene con los maestros espirituales ...
Si nuestro maestro es un hombre tan notable como Bhante no será un proceso sencillo. Espero que podamos ser tolerantes con noso-tros mismos y con los demás al pasar por esto y quisiera sugerir que también seamos tolerantes con los maestros mientras ellos, a su vez, atraviesan este proceso.134
En noviembre del 2004, pasados ya 18 meses de la carta de Yas-homitra, Subhuti dio dos conferencias en Padmaloka. Fue muy conveniente y significativo tener a uno de los más cercanos y expe-rimentados discípulos de Sangharákshita hablando de la situación del momento.
Subhuti habló de la manera en que él, como todos los que estu-vieron presentes en los primeros días, supo siempre que Sangha-rákshita había estado sexualmente activo. No lo habían compren-dido muy bien pero supusieron que sabía lo que estaba hacien-do. De pronto, la carta de Yashomitra había obligado a Subhuti a confrontar el asunto de un modo más cabal. Al igual que muchos otros en la Orden, él había pasado por una batalla, reevaluando su relación con su maestro. ¿Acaso habían malinterpretado y tergi-versado horriblemente a Sangharákshita y en realidad era el maes-tro perfecto que siempre creyeron que tenían? ¿Era verdadera la imagen que se describía de Sangharákshita en internet? Al final de cuentas, Subhuti se percató de algo que se hizo obvio. Jamás acabaría de dilucidar todos los hechos en torno a un hombre tan complejo y no lograría colocarlos en un casillero rotulado como “bueno” o uno que dijera “malo”. Iba a tener que vivir con la para-doja y aceptar la contradicción. Sangharákshita era una figura sor-prendente, un gigante intelectual, un maestro habilidoso y estaba lleno de genuinas perspectivas de la vida espiritual. Asimismo, era un ser humano.
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Todas las comunidades cometen errores y pasan por conflictos enredosos. Es parte de la vida. Lo que distingue a una comunidad sana es su capacidad para enfrentar eso y lidiar con ello. La Orden y el AOBO no fueron la excepción. La extraordinaria explosión de creatividad que estableció un nuevo movimiento budista estu-vo también acompañada en ocasiones por una juvenil arrogancia que creyó tener todas las respuestas o por una aplicación dogmá-tica de las enseñanzas o por fricciones que brotaban de la inco-modidad causada por diferentes estilos y opiniones.
A la vez, la comunidad que surgió de toda esta historia cuenta con una honestidad y una integridad básicas, además de un sólido compromiso de unos con otros y con el Dharma. Aunque desafor-tunadamente hubo quienes renunciaron a la Orden entre el 2003 y el 2005, incluyendo a Yashomitra, la gran mayoría siguió adelante. Está claro que no se puede generalizar acerca de esas 1,500 perso-nas y sus razones particulares para irse o quedarse. Sin embargo, aunque una comunidad puede tener un estallido interno en seme-jante crisis, la Orden y el movimiento pudieron, a la larga, hacer frente a las sombras y empezar a dar otro paso.
En agosto del 2005 se celebró la Convención Bienal Internacio-nal de la Orden y también el cumpleaños número 80 de Sangha-rákshita. Su salud había mejorado de un modo increíble. Ahora hacía apariciones en público y asistiría a la Convención. Tal y como se hizo en muchas otras convenciones anteriores, se le organizó una fiesta de cumpleaños. Algunos miembros de la Orden leyeron poemas y actuaron en un sketch cómico y musical. Él se sentó en primera fila y se rió a carcajadas. Era como en los viejos tiempos, pero no. Esta vez estaban más relajados y lo sentían más real.
Al terminar hubo aplausos y Sangharákshita caminó lenta y silenciosamente, hacia donde imperaba el aire nocturno. De in-mediato comentó un miembro de la Orden lo aliviado que se sen-tía de que todos, en conjunto, hubieran podido transmitirle a su maestro lo agradecidos que le estaban. Fue un sentimiento que muchos compartían. Para ellos había sanado ya la ruptura en la comunicación, se habían reafirmado los vínculos y una vez más se expresó la gratitud.