Se dice que la meta fundamental del budismo es la iluminación, la budeidad, el Nirvana o como cada quien desee llamarlo, que después de todo sólo son palabras, suficientemente incapaces de transmitirnos una idea adecuada de la naturaleza del logro hacia el cual se supone que hemos de dirigir nuestros esfuerzos. Está demasiado más allá de nosotros, pero podemos establecer nuestra visión en un objetivo más inmediato, más comprensible y más accesible: alcanzar el punto de no retorno, el instante en el que la fuerza gravitacional de lo Incondi- cionado es ya más poderosa que la atracción de lo condicionado. Una vez alcanzado este punto la iluminación se encuentra ya asegurada en cualquier caso y la conseguiremos, según dice la tradición, en no más de siete vidas.
La tradición budista enumera diez trabas que nos atan a la existencia condicionada. Cada una de ellas representa un aspecto distinto de la fuerza gravitacional de lo condicionado. Si tan sólo pudiéramos romperlas en pedazos llegaríamos a ser libres, totalmente libres, en el acto. Mas estas trabas son fuertes y comprometedoras. Por lo regular necesitamos romperlas poco a poco, resolviendo cada una a través de años de práctica espiritual. Las diez trabas son: (1) opinión o creencia de sí mismo; (2) duda o indecisión; (3) dependencia de reglas morales y religiosas como fines en sí; (4) deseo sensual, en el sentido de querer tener experiencias por medio de los cinco sentidos físicos; (5) mala voluntad, odio, aversión; (6) deseo de existir en el plano de la forma (arquetípica); (7) deseo de existir en el plano sin forma; (8) engreimiento, en el sentido de creerse superior, inferior o igual a otros, haciendo comparaciones odiosas entre sí y los demás; (9) inquietud e inestabilidad; (10) ignorancia, es decir, ignorancia espiritual, en el sentido de falta de conciencia de la realidad fundamental.