Segunda escena, le enfermedad.
Todavía aturdido por la conmoción que le había causado su nueva experiencia, Siddhartha volvió a salir del palacio unos días más tarde y otra vez vio algo que nunca había presenciado antes: un hombre enfermo. Éste se encontraba acostado en la calle, tenía fiebre y se movía bruscamente de un lado hacia otro. Una vez más, Siddhartha le pidió a su auriga que le explicase qué le sucedía a ese hombre: "¿Por qué tiembla de esa manera? ¿Por qué esta acostado en el suelo? ¿Por qué se mueve tan bruscamente? ¿Por qué dan vueltas sus ojos de esa forma tan violenta? ¿Por qué está tan pálido?" Estaba claro que el cochero tenía que contarle la verdad: "Pues se encuentra enfermo, eso es lo que le sucede" y Siddhartha, quien parecía que había gozado de una gran salud durante toda su vida, quería saber si a él también podía sucederle lo mismo. El auriga le respondió: "Todas las personas son propensas a enfermar y puede sucederles en cualquier momento. Todos podemos perder la fuerza y la salud de repente y entonces nos enfermamos". Otra vez, Siddhartha mantuvo su mente ocupada con todo esto de camino al palacio.