Fuente: Teachers of Enlightenment, Kulananda, Windhorse Publications.
El gran yogui Milarepa
A través de lo que su propia vida nos demuestra, el gran yogui Milarepa significó un ejemplo de lo que es el perfecto bodhisatva, a la vez que constituye un modelo de la vida incorruptible de un genuino practicante. Al vivir sin pertenencias en los elevados baldíos del Himalaya dejó claro que la pobreza no es una forma de carencia, sino un modo necesario para emanciparse de la tiranía de las posesiones materiales. Nos mostró que la práctica tántrica no implica indulgencia ni negligencia. Al contrario, exige mucho esfuerzo, disciplina estricta y decidida perseverancia. Demostró que si no hay una renunciación resoluta y una disciplina inquebrantable todas las ideas sublimes y las deslumbrantes imágenes que exhiben el budismo mahayana y el tántrico no son más que maravillosas ilusiones.
Juventud de Milarepa
Su biografía, junto con todas las canciones que contiene, se integró en el siglo XV y todavía hoy es una de las más grandes fuentes de inspiración en el budismo tibetano.
Milarepa, cuyo nombre se puede traducir aproximadamente como “Milarepa, el que viste el manto de algodón de un asceta”, nació alrededor del año 1025, en el oeste del Tíbet, cerca de la frontera con Nepal. Su opulento padre murió cuando él tenía siete años y la prosperidad de su familia cayó en manos de unos tíos que, a pesar de haber hecho un juramento al padre fallecido, trataron a Milarepa, su madre y su hermana casi como a esclavos. Su madre le rogó que vengara esas injurias y Milarepa se acercó a la brujería, llegando a dominar las fuerzas destructivas de la naturaleza. Así, con una feroz tormenta, mató a muchas personas.
Más adelante lo abrumó el remordimiento y supo que la única manera de expurgar su mal karma era alcanzar la iluminación en esa misma vida. Milarepa buscó al maestro Rongton, quien a su vez lo envió con Marpa, el famoso traductor que recién había vuelto de la India después de muchos años de estudiar allí. Marpa pudo ver que Milarepa era un discípulo de extraordinaria capacidad y enorme determinación. También observó que antes de que pudiera satisfacer ese potencial, Mila necesitaría deshacerse de su mal karma y optó por tratarlo como a un sirviente durante seis años, fingiendo ser un maestro hosco. Milarepa se vio sometido a un régimen severo que lo llevó al borde del suicidio.
Una vez que Milarepa purificó su karma, Marpa lo preparó para que llevara la vida solitaria de un yogui. Le transmitió sus principales enseñanzas del mahamudra, la percepción sin esfuerzo de la vacuidad, así como los seis yogas de Naropa, con especial énfasis en la práctica de tumo, el “calor psíquico”, lo cual le permitió vivir sobre la nieve vistiendo tan sólo un delgado manto de algodón.
Sin embargo, para esta época, Milarepa tenía ya muchos años de haberse separado de su familia y un día, mientras meditaba en su cueva, se quedó dormido y soñó que volvía a casa y veía los huesos de su madre sobre las ruinas de lo que había sido su hogar. Soñó que su hermana era una mendiga vagabunda y que su casa y sus campos estaban abandonados y cubiertos de hierbajos. Despertó llorando amargamente y fue tanta su congoja que dejó a Marpa y volvió a su pueblo, donde confirmó lo que le inquietó en sus sueños. Al ver que la dolorosa existencia humana se consumía sin esperanzas, vanamente en la impermanencia, surgió en su interior un angustioso deseo de renunciar al mundo.
La iluminación de Milarepa
Milarepa hizo el voto solemne de meditar sin interrupción en una montaña remota hasta alcanzar la completa iluminación. Así estuvo meditando durante doce años consecutivos, solo en una cueva, alimentándose nada más con ortigas, hasta que todo su cuerpo adquirió un tono verdoso. Gracias a ese esfuerzo constante logró su recompensa y alcanzó la completa iluminación.
Milarepa, Gampopa y la tradición kagyu
Después de esto, comenzó a aceptar discípulos y a enseñar por medio de sus famosas canciones. Tuvo muchos seguidores y benefactores. Entre éstos, el más famoso fue el médico Gampopa, quien fundó la tradición monástica de la escuela kagyu.
Las enseñanzas de Milarepa
Milarepa enseñaba espontáneamente, de manera libre, respondiendo con canciones y versos a cualquiera que le solicitara una enseñanza. En una ocasión, cinco monjas jóvenes llegaron a visitarlo en lo alto de las montañas, en la Cueva del Tigre de Senge Tson. Ellas dijeron, “se supone que este lugar, lleno de terror, es un sitio ideal para mejorar la meditación. ¿Es posible que tal cosa sea verdad? ¿Así lo has observado?”. Entonces, Milarepa cantó:
Obediencia a ti, mi maestro!
Te encuentro tras haber acumulado grandes méritos
y ahora permanezco en el sitio que tu profetizaste.
Es un lugar exquisito, con muchas colinas y bosques.
En las praderas montañosas crecen las flores.
¡En el bosque bailan y oscilan los árboles!
Para los monos, éste es un campo de juegos.
Las aves cantan bellas tonadas.
Las abejas vuelan y zumban
y desde el alba hasta el anochecer los arco iris vienen y van.
En el verano y el invierno cae la dulce lluvia,
la bruma y la neblina cubren todo en el otoño y la primavera.
En este lugar tan maravilloso, completamente solo,
yo, Milarepa, vivo muy feliz,
meditando en la Mente que ilumina la vacuidad.
¡Oh! ¡Qué felices son las miles de manifestaciones!
Mientras más altas y bajas suceden, mayor es mi alegría.
Feliz es el cuerpo que no padece del karma culposo.
¡Muy felices, en verdad, son las innumerables confusiones!
Mientras mayor es el temor, más grande es mi felicidad.
¡Oh! ¡Qué feliz es la muerte de las sensaciones y las pasiones!
¡A mayores angustias y pasiones
más dicha y alegría puede uno sentir!
¡Qué felicidad no sufrir dolores ni enfermedades!
¡Qué felicidad sentir que la alegría y el sufrimiento son una misma cosa!
¡Qué felicidad es jugar moviendo todo el cuerpo
con el poder que surge del yoga!
¡Saltar y correr, bailar y brincar, son aun más fabulosos!
¡Qué felicidad entonar el canto victorioso!
¡Qué felicidad tararear y canturrear!
¡Y qué mayor alegría que hablar y cantar en alta voz!
Feliz es la mente, poderosa y segura,
empapada por el reino de la Totalidad.
La felicidad más extrema
es la emancipación del poder propio.
Felices son las miles de formas, las miles de revelaciones.
Como regalo de bienvenida para mis fieles discípulos,
canto a la felicidad yóguica.