El budismo se empezó a conocer con seriedad en Occidente durante el siglo XIX. Algunos exploradores occidentales percibieron que esta tradición tenía algo importante que ofrecer, como lo expresa el poema de Sir Edwin Arnold, “La Luz de Asia”. La mayoría de los autores que escribían sobre budismo lo hacían con un interés académico. A los eruditos les atraía el planteamiento analítico y racional de la escuela theravada del sudeste de Asia y les interesaba en especial el hecho de que basara sus enseñanzas en una colección de escrituras tan cercanas a las palabras del Buda. Estos eruditos consideraban que el theravada era el budismo “auténtico” y, por lo tanto, calificaban al mahayana y el vajrayana como corrupciones posteriores. Desde su perspectiva, estas desviaciones habían dado demasiadas concesiones a los aspectos emocionales de la naturaleza humana.
Durante la primera mitad del siglo XX el budismo theravada continuó siendo la forma más conocida y respetada en Occidente. Sin embargo, se empezaron a conocer otras tradiciones que llamaron mucho la atención. En la segunda mitad del siglo XX se popularizaron más ciertas escuelas, como el zen japonés (mahayana) y el budismo tibetano (una rica mezcla de tradiciones mahayana y vajrayana, que además reconoce el valor de las enseñanzas preservadas por el theravada).
El budismo adquiere un nuevo aspecto y una especial importancia. Gran parte del interés que surgió fue puramente intelectual y aún hay muchos budistas occidentales “de biblioteca”. No obstante, existe un creciente número de practicantes budistas en diversos países de Occidente. Se han construido templos, monasterios, centros públicos y centros para retiros budistas en Europa y América. Algunos provienen de las escuelas orientales tradicionales, pero también se creó, entre otros, el movimiento de los Amigos de la Orden Budista Occidental, que no está vinculado con ninguna forma cultural oriental en particular y que ha contribuido a expandir el budismo en Occidente.
Parece que el budismo ha llegado a este lado del mundo para quedarse. Los problemas más importantes con los que se enfrenta nuestra sociedad no son de tipo material. Contamos con suficientes bienes y se controlan los recursos naturales para diferentes usos. Hoy en día, nuestros problemas son, principalmente, de tipo mental, emocional y espiritual. Éstos tienen sus raíces en el corazón y la mente de los seres humanos y sus efectos alcanzan dimensiones globales. Nuestra raza ha alcanzado tal poder que si no tratamos de erradicar la avaricia, el odio y la ignorancia, fuerzas que controlan gran parte de nuestras actividades, es probable que convirtamos este bello planeta en una tierra estéril y que, en ese proceso, nos destruyamos a nosotros mismos.
El cambio empieza desde el corazón de cada individuo. Cabe pensar que el desarrollo de una nueva perspectiva espiritual, basada en la tradición budista, puede contribuir a prevenir esa catástrofe. Sin embargo, quizá sea prematuro suponer que el budismo es una solución para los problemas del mundo. En las últimas décadas, las enseñanzas y prácticas budistas han causado una impresión muy positiva en muchas personas. Han mostrado un nuevo conjunto de valores, así como las pautas para el establecimiento de relaciones interpersonales más armoniosas, pero antes de que podamos arreglar al planeta, o mejor paralelamente, tenemos que prestarle atención a esa pequeña parte de la cual somos responsables: nuestra propia persona. Es en este nivel, el del ser humano individual, donde el budismo puede tener un impacto notable en Occidente y en todo el mundo.