Hakuin

Fuente: Teachers of Enlightenment, Kulananda, Windhorse Publications.hakuin

Hakuin El esfuerzo que conduce a la iluminación

Dos principales vertientes del zen

Durante mucho tiempo, el budismo zen en Japón se ha dividido en dos escuelas principalmente: la soto, fundada por Dogen y la rinzai, que la había precedido. La escuela rinzai debe su origen a Lin-chi, un gran maestro chino del siglo IX y fue Eisai Zenji quien la llevó a Japón, en el siglo XII.

El zen soto otorgaba una importancia primordial a la práctica de zazen, mientras que el rinzai tendía a concentrarse en la contemplación de koanes como su principal medio de entrenamiento. Algo esencial en los koanes es la paradoja, una propuesta o pregunta que sólo se puede resolver yendo más allá de la lógica y saltando a otro nivel de comprensión.

Frágil niñez

Hakuin nació en una familia de plebeyos en el este de Japón en 1689. Fue un adolescente frágil y sensible y un día, a sus 15 años, convenció a sus padres para que le permitieran convertirse en monje. Desde muy temprana edad tenía un miedo abrumador a los infiernos y esto lo acercó cada vez más profundamente a la práctica espiritual. En un principio, esta búsqueda estuvo llena de dudas, decepciones y hasta decaídas, pero con el estudio de los textos del zen, además de buscar maestros y consagrarse sin reservas a los koanes que éstos le asignaban, tuvo muchos logros importantes.

Renovado ímpetu a la tradición rinzai

Después de conseguir varios pequeños y grandes satoris (percepciones espirituales profundas) alcanzó una fama considerable como maestro y aprovechó su influencia para revitalizar la tradición rinzai, de la cual formaba parte y que ya para el siglo XVII había degenerado mucho. Con términos que no pecaban de imprecisos condenó lo que le pareció laxitud, comprensión errónea y práctica equivocada.
Cuando por primera vez me comprometí a una vida de práctica zen hice voto de emplear toda la fe y el valor que pudiera reunir y dedicarme con férrea determinación a seguir el sendero del Buda. Me impuse un régimen de austeridades rigurosas y lo mantuve durante muchos años, disciplinándome sin cansancio.

(Norman Waddell [traductor], Wild Ivy: the Spiritual Autobiography of Zen Master Hakuin, Shambhala, Boston y Londres, 1999, p. 87)

El koan que lo llevó al satori

Si se efectúa de manera adecuada, la práctica del koan nos puede llevar a un estado de “gran duda”. Entonces, el koan se siente “como una bola de hierro candente y roja adherida a la garganta”, no te la puedes tragar ni la puedes vomitar. Un día, mientras se hallaba absorto en ese estado, Hakuin escuchó el sonido de la campana de un templo. De pronto se desvanecieron sus temores y sus dudas y exclamó, “¡Maravilloso, maravilloso! ¡No existe el ciclo del nacimiento y la muerte! ¡No hay una iluminación que tengamos que tratar de alcanzar! ¡Los koanes que nos transmitieron los ancestros no tienen ningún valor!”.

1.¿Cómo suena cuando aplaude una sola mano?

Fue una experiencia tan apabullante que creyó que nada se le podría comparar. “Mi orgullo creció como una altiva montaña y mi arrogancia se hinchó como una ola en el océano”. Mas su maestro, Dokyo Etan, al ver que su despertar tenía una naturaleza incompleta, no lo confirmó como una verdadera visión cabal y sometió a Hakuin a un entrenamiento aun más severo, conduciéndolo a percepciones cada vez más profundas. Con el tiempo, Hakuin llegó a ser el sucesor del Dharma de Dokyo. Sin ninguna ayuda remodeló y revitalizó el rinzai en Japón, sistematizó la práctica de la contemplación del koan y creó su propio y muy célebre koan:

Si uno aplaude con sus manos escucha un sonido en ese instante. ¡Escucha ahora el sonido de una sola mano que aplaude! (Heinrich Dumoulin, Zen Bouddhism: a History, vol.2: Japón. Nueva York y Londres 1990).

“Los seres sensibles son innumerables, prometo liberarlos”
Hakuin viajó por todo el país hablando sobre los sutras y encontrándose de manera individual con muchas personas. Asimismo, publicó varios libros.
Decidí que sería mejor seguir el consejo que me dio Shoju antes de morir: dedicar mi energía a liberar a los innumerables seres que sufren en el mundo ofreciéndoles el enorme regalo del Dharma; reunir a unos pocos monjes bien elegidos, capaces de atravesar la barrera que los separe de un auténtico kensho; no dejar de esforzarme para crear las condiciones que propiciaran el logro de una tierra búdica en este mundo y, mientras tanto, llevar a la práctica los votos del bodhisatva.
Cuando asumí mi compromiso en esta tarea tan grande y ambiciosa y envié a unos cuantos monjes genuinos al mundo lo hice porque quería saldar la inmensa deuda que adquirí con los budas y los patriarcas.

Poco a poco fui ideando algunos métodos para impartir el don del Dharma. Al principio sólo contaba con el apoyo de dos o tres monjes. Más adelante se sumaron otros, puesto que los semejantes se atraen, de manera que su número se incrementó hasta superar los 150. Recientemente contamos con 300 monjes que residen en el templo o lo rondan.

A lo largo de estos años, como respuesta a las circunstancias y de acuerdo con las solicitudes, he viajado mucho y he visitado muy diversas provincias, llevando a cabo mi misión de impartir el Dharma a donde quiera que vaya. Ya no recuerdo todos los templos, monasterios y hogares en que he estado...

En las reuniones que se han celebrado durante tales visitas he ofrecido pláticas zen (teisho) sobre muchos textos: he hablado del Sutra del Loto, del Sutra Shurangama y del Sutra de Vimalakirti, cuatro o cinco veces sobre cada uno de ellos; sobre el Relato del Acantilado Azul y el Relato de Hsu-t’ang he hablado seis o siete veces de cada uno; dos o tres veces he hablado sobre la Alabanza de la verdadera escuela y las Tres enseñanzas de los patriarcas del Buda. Más veces de las que puedo recordar hablé sobre el Sutra de Kannon. Además, he dado charlas sobre el Relato de Lin-chi; las Cartas de Ta-hui; los Relatos de Daito, Fa-yen, Sung-yuan y Bukko; la Colección de versos de Tsung-ying; los Poemas de la Montaña Fría; animar a los alumnos para que crucen la barrera del zen; la Colección de cuatro partes; el Arsenal de Ta-hui; el Sutra entregado de manera directa por Mañjusri; el Samadhi del espejo valioso; las Palabras de ensueño de la tierra de los sueños; Estambres ponzoñosos en un matorral de abrojos; el Relato de Daio; el Canto del rey-mente; y tantos más que ya ni recuerdo cuáles.

Hay un viejo dicho: “Cuando un hombre supremo dice mil palabras puede cometer un pequeño error. Cuando un hombre inferior dice mil palabras puede conseguir un pequeño beneficio”. Si dentro de esta serie de boberías que he hecho pudiera hallarse algún pequeño beneficio quizá sirva como un sencillo regalo del Dharma.

Mi escritura es tosca, mi caligrafía es un vulgar garabato. Ambas están plagadas de los más variados disparates. Los caracteres están mal escritos. Pongo una palabra por otra. No hago más que garrapatear en el papel y “pasar las cosas en limpio”. Alguien más toma lo que hago, lo graba en moldes de madera y lo imprime. De ese modo debo haber escrito ya 20 libros. Qué importa. Seguro es que cualquier hombre de conocimiento que ponga sobre ellos sus ojos los arrojará enojado al suelo y les escupirá para mostrar su desprecio.
(Wild Ivy, op. cit., pp. 84-86)

Un día sin trabajar, un día sin comer

Además de ser un destacado maestro zen, Hakuin fue también un importante pintor, maestro de caligrafía y escultor. Sus obras en tinta se cuentan entre las más reconocidas pinturas zen. Enfatizó tres cosas principalmente: una fe arrolladora, una gran duda cuando se tratara de contemplar koanes y una fuerte aspiración y perseverancia. Asimismo, hizo hincapié en que se debe practicar aun en medio de cualquier actividad y declaró que el trabajo físico diario era un elemento importante en el régimen dentro de sus monasterios, donde “un día sin trabajo es un día sin comer”.

En su Orategama escribió:

No intento decirles que descarten por completo estar quietos en meditación y que busquen un sitio específico con cierta actividad en la que puedan llevar a cabo su práctica. Lo más digno de respeto es una meditación pura basada en un koan, que no sabe ni está consciente de los dos aspectos, el quieto y el activo. Por eso se dice que el verdadero monje practicante camina pero no sabe que está caminando, se sienta pero no sabe que está sentado.

Para penetrar en las profundidades de nuestra propia naturaleza verdadera y para alcanzar una vitalidad que sea válida en cualquier ocasión no hay nada como la meditación justo en medio de la actividad. (traducción de Philip B. Yampolsky, The Zen Master Hakuin: Selected Writings, Columbia University Press, Nueva York 1971, pp. 33-34)

Crítica a la actitud errónea de los que creen que “ya somos budas”

Hakuin condenaba con severidad a aquéllos a quienes llamaba “las bandas de zenistas no nacidos”. “No nacidos” porque recalcaban la enseñanza de que la iluminación, puesto que era inmanente en todas las cosas, es algo que no nace, es incondicionada y no es hecha. No se puede perseguir, ya que no hay nada que alcanzar; en realidad todos somos budas ya. Hakuin miraba con desagrado esta actitud.

Tengo un verso que se mofa de esa odiosa raza de pseudorreligiosos:

¿Lo más vil que hay en la tierra? ¿Lo que todos los hombres evitan?
¿Carbón de leña que se deshace? ¿Madera mojada para una fogata?
¿Aceite empapado para una lámpara? ¿Un cochero? ¿Un lanchero?
¿Una madrastra? ¿Zorrillos? ¿Mosquitos? ¿Piojos? ¿Moscas azules? ¿Ratas?
No, ¡monjes rapaces!


¡Ah, monjes! ¡Religiosos!
No digo que sean todos ustedes unos forajidos, todos y cada uno de ustedes. Que cuando hablo de monjes rapaces me refiero a esos zenistas de la “iluminación silenciosa” que ahora infestan la tierra.
Por lo que concierne a nuestra escuela, cualquiera que logre el kensho y abandone la casa del nacimiento y la muerte es un renunciante al hogar. No es nada más alguien que deja el hogar de su familia y se va para que le rapen la cabeza. Sin embargo, verán personas que andan por ahí haciendo declaraciones infundadas: “Dejé mi hogar, soy un religioso, soy un religioso”. Si eso no fuera ya bastante grave, a continuación esos embaucadores se embolsan la caridad y las donaciones que consiguen de los laicos y gente de familia.

(Wild Ivy, op. cit., p. 3-4)


Es necesario esforzarse para despertar

En contraste con esta actitud, Hakuin señala la necesidad de llevar una práctica espiritual continua, incluso después del primer despertar.
Son personas... que no hacen nada. No participan en ningún acto religioso ni desarrollan un poquito de sabiduría. No hacen más que desperdiciar sus vidas durmiendo como holgazanes, como tejones en coma. No son de provecho para sus contemporáneos y cuando mueren son completamente olvidados. No son capaces de dejar tras de sí ni siquiera una sílaba propia para contribuir a la profunda deuda que adquieren con los patriarcas del Buda.

Llueva, truene o relampaguee, ellos insisten: “Somos budas tal como somos, cuencos plenos sin barnizar” y así devoran rebosantes pilas de arroz día con día. Luego defecan majadas humeantes que parecen de caballo. ¡Abundante material de relleno para esos cojines! Esa es la suma de sus logros. No pueden conducir ni siquiera a una persona a la otra orilla, a la emancipación, para saldar el compromiso adquirido con sus propios padres. Ellos creen que son puras bobadas los dichos budistas, como el que afirma que “cuando un niño deja su hogar para seguir la vida religiosa, sus familiares más cercanos nacerán en los reinos celestiales durante nueve generaciones”.

A ellos les digo: “Con toda seguridad saben que hay 52 etapas de práctica por las que pasa un bodhisatva para convertirse en un buda. Éstas comienzan con el surgimiento de la mente religiosa y terminan con las últimas etapas de la suprema iluminación. Para algunos bodhisatvas la iluminación ocurre de manera repentina. Para otros sucede en forma gradual. Para algunos el logro es completo y para otros es parcial. Si ustedes tienen razón cuando hablan de “ser como son” en esa calidad de “cuencos plenos” que dicen tener, entonces las etapas de la práctica del bodhisatva que se establecieron hace tanto tiempo están equivocadas. Mas si las etapas que nos han legado desde épocas remotas están en lo correcto, entonces ser como ustedes son, como “cuencos plenos”, es un error. Una vez el Buda les dijo a sus discípulos que preferiría verlos renacer como viejos zorros con gangrena que verlos convertirse en seguidores de los dos vehículos [hinayana]. Sin embargo, los seguidores de los dos vehículos no son nada en comparación con ustedes, bola de canallas, ignorantes, desvergonzados, irracionales y autocomplacientes. (Ibíd., pp. 65-66)


Canto de Alabanza al Zazen

Hakuin fue el abad de varios monasterios zen. Entre ellos el Ryutaki-ji, que aún ahora es uno de los monasterios más importantes de Japón. Él murió en 1769. Su Canto de Alabanza al Zazen enfatiza la importancia que le confirió a la práctica de sentarse con dedicación. Todavía se le entona con regularidad en los templos zen de Japón y su traducción es, asimismo, muy utilizada en Occidente:

Todos los seres son, desde el mero comienzo, budas.
Es como el agua y el hielo,
si no hay agua no hay hielo,
si no hay seres vivos no hay budas.
Por no saber lo cerca que está, uno busca en lo más lejano. ¡Qué pena!
Es como si alguien que está metido en el agua gritara que tiene sed.
Es como el niño que nació en una casa rica y se ha extraviado entre los pobres.
La razón por la que recorremos el ciclo que pasa por los seis mundos
es que caminamos por los oscuros senderos de la ignorancia.
Andamos un camino oscuro sobre otro camino oscuro,
¿cuándo escaparemos así del nacimiento y la muerte?
No hay palabras suficientes para alabar
la meditación zen del mahayana.
La generosidad, la moralidad y las demás perfecciones,
adoptar el Nombre, el arrepentimiento, la disciplina
y todas las demás acciones correctas
nos llevan de nuevo a la práctica de la meditación.
Gracias al mérito que se obtiene por sentarse una sola vez
uno destruye una cantidad innumerable de errores.
¿Cómo puede esa persona hallar caminos equivocados?
El paraíso de la Tierra Pura no está lejos.
Cuando se escucha esta verdad con reverencia, aunque sólo sea una vez,
aquél que la alaba y la acoge con alegría obtiene méritos sin fin.
¡Cuánto más aquél que mira hacia su interior
y confirma de manera directa su propia naturaleza,
que su propia naturaleza es ninguna naturaleza,
ése ha trascendido los mundos vanos!
La puerta se abre y la causa y el efecto son una sola cosa,
el camino conduce derecho. No son dos, no son tres.
Tomando como forma la forma de la no-forma,
ya sea que vaya o venga, siempre está en casa.
Tomando como pensamiento el pensamiento del no-pensamiento,
ya sea que cante o que baile, todo es la voz de la verdad.
Amplio es el cielo del samadhi infinito,
radiante la luna llena de la cuádruple sabiduría.
¿Qué queda por buscar? Ante él el nirvana es claro,
en este mismísimo lugar el paraíso del loto, en este mismísimo cuerpo el Buda.

(Trevor Leggett [traductor] A First Zen Reader, Charles E. Tuttle, Rutland 1960, pp. 67-68)