El budismo dice que la vida es sufrimiento. Esta aseveración se malentiende con mucha frecuencia. En este contexto, «sufrir» no se refiere nada más a las experiencias dolorosas individuales, como un dolor de muelas, cortarse un dedo o que alguien nos cause una amarga decepción. La palabra en sánscrito que se traduce como «sufrimiento» es duhkha, la «rueda floja del carro», esa especie de incomodidad que surge cuando algo no encaja bien o no combina adecuadamente. Es esa calidad de experiencia irritante que nos acompaña en la vida cotidiana de este mundo.
Todos sabemos que nada es cien por ciento perfecto. Siempre hay algo que no marcha bien, aunque sea un detalle. Incluso en el día más bello sucede que una nube se atraviesa flotando y tapa al sol. Algo sale mal. Puede ser que estuviéramos anhelando que llegara este día. Vamos a ver a alguien que nos agrada. Imaginamos que todo será de maravilla pero, entonces, ocurre un incidente absurdo y la situación se descompone. Nos sentimos muy alterados. Así andamos por la vida. Nada está por entero a la altura de nuestras expectativas, al menos no por mucho tiempo. A eso se refiere duhkha, insatisfacción o sufrimiento.
Tan pronto como nos hemos hecho suficientemente conscientes de eso empezamos a sentirnos insatisfechos. Es posible que hayamos intentado ya todo tipo de cosas, como conseguir el éxito mundano, el placer, la comodidad, el lujo y el aprendizaje. Al final, de todos modos, lo que sea nos resulta insatisfactorio. Una creencia popular es que la prosperidad material nos dará felicidad, pero basta con pasar un rato junto a personas que gozan de ella para ver con claridad que eso no es cierto. No es que uno sienta dolor todo el tiempo, pero el hecho es que no se halla de veras feliz. Siente una vaga incomodidad, no logra asentarse y no se siente a gusto. Es normal que uno sienta, como dice en la Biblia, que «no tenemos en ésta una ciudad permanente».Sentimos que justo en medio del corazón traemos un terrible espacio vacío.
Lo cierto es que ésa fue la experiencia que tuvo el Buda. Si hay alguien que alguna vez lo tuvo todo ése es el Buda. Aun si dejamos a un lado las adiciones legendarias que se le han hecho a la historia de su vida, está claro que nació en el seno de una familia rica y muy respetada y que tuvo todo lo que pudiera requerir desde muy pequeño. Contó con bellas mansiones donde vivir, tuvo una esposa, un hijo, posición social y hasta poder político, más la posibilidad de ascender algún día al trono, sucediendo a su padre. Sin embargo, ni con todo eso era feliz. Se daba cuenta de que lo tenía todo pero también de que nada de ello podría durar. Él y todos sus familiares, todos sus seres queridos enfermarían alguna vez, envejecerían y morirían. Así que dejó el hogar. Abandonó todo: a su esposa, sus padres, su hijo y se fue al mundo a buscar la respuesta al problema del sufrimiento humano.
La filosofía nos demuestra que es muy importante investigar las causas de las cosas. Si deseáramos eliminar la injusticia social deberemos comenzar por encontrar su causa. Si en nuestros asuntos domésticos se da un inconveniente, por ejemplo, se nos descompone el automóvil, tenemos que descubrir por qué fue. A menos que averigüemos qué ha ocasionado el problema, todos nuestros esfuerzos serán inútiles. De igual modo, si queremos liberarnos de las limitaciones dolorosas de la existencia humana es necesario que detectemos qué las causa.
El análisis del problema del sufrimiento produce dos puntos de vista ampliamente divergentes. La mayoría asume la actitud, consciente o inconsciente, de que «tengo muchos deseos poderosos que no puedo eliminar; deseos de poseer esto y disfrutar de aquello. Si satisfago mis deseos seré feliz. Si no, seré infeliz. Por lo tanto, la felicidad ha de consistir en la total satisfacción de mis deseos y el sufrimiento será lo contrario. Así que me esforzaré por obtener lo que quiero y por eludir las experiencias dolorosas que no quiero. De esa manera podré escapar del dolor y el sufrimiento».
No obstante, el Buda, al considerar ese mismo problema, llegó a la conclusión opuesta. Empezó por señalar que todo es transitorio o impermanente. Es algo que nadie podrá negar, ya que lo vivimos todos los días de una u otra forma. Es posible que pensemos que la felicidad y la liberación del dolor son un derivado de haber satisfecho nuestros deseos, pero no podemos ignorar por completo hechos desagradables de la vida como la enfermedad, la vejez, la muerte y la separación o, por lo menos, no por mucho tiempo. No importa lo que estemos disfrutando, no puede durar. Eso nos duele porque quisiéramos que durara para siempre. Deseamos tener siempre muy buena salud y buen humor, mas algún día nos aquejará la enfermedad. Deseamos retener la fuerza y el vigor de nuestra juventud, pero pronto la vejez nos asaltará de un modo imperceptible. Queremos vivir para siempre, pero tarde o temprano habremos de morir. Pensemos en cuántas se- paraciones dolorosas padeceremos en el transcurso de una sola vida. Nos separaremos de la familia, de los amigos queridos, de nuestras posesiones. Todo eso nos causa sufrimiento. Entonces, no podemos evitar el sufrimiento por medio de la satisfacción del deseo. Nuestra solución del problema no es, en realidad, una solución en absoluto.