El viaje al Mandala 2ª parte

 

Continuas el viaje a la par que el día se va abriendo paso. A tu izquierda el mar y alrededor muchas formas de agua encornucopia movimiento. Puedes ver cómo el agua, al llegar a una peligrosa quebrada, no se retira asustada: fluye y fluye y cae con determinación y fuerza, increíblemente cohesionada. El sol comienza a calentar. No sabes bien hacia qué dirección guiar tus pasos. Aksobhya, El Azul te aconsejó buscar al Rojo Amitabha. "El abrirá tu corazón -te dijo- viaja hacia el sur". Si, eso parece indicar el sol- vas hacia el sur- y algo te dice que es la dirección correcta.

Caminas reflexionando sobre la sabiduría que es como un espejo y te dices a ti misma "claro tienen que ver con el no apego y con ser objetiva". Puedes recordar cuántas veces has interpretado las cosas, tu propio interés o tu ignorancia las ha filtrado, y a la vez has estado segura que eran tal y como tu pensabas. Recordando al inquebrantable Aksobhya sonríes y decides que ni siquiera tus errores impedirán que sigas, como el agua, en pos del mandala sagrado.

El sol sigue trepando en el cielo. El paisaje ha ido lentamente cambiando, han comenzado a aparecer higueras, olivos, almendros, un suelo cuajado de pequeñas flores, campos de girasoles. Todo es luminoso, dorado y tiene un toque de espejismo. Hace calor, la tierra ahora es finísima y, cómo no, dorada. De pronto, ante tus ojos palmeras de las que cuelgan ramos increíbles de dorados frutos. Has llegado al sur, es mediodía.

Una parte de ti se enamora de toda esa belleza, otra parte de ti siente que es demasiado sol, preferirías un lugar más fresco. Tanta claridad te tiene fascinada y de pronto una manada de caballos salvajes pasa al trote, bellos, libres y veloces.

Dos de estos preciosos caballos detienen su carrera y entonces lo ves, sentado entre caballos, sobre un loto y con toda una inmensidad de tierra fértil en torno: Ratnasambhava, El Amarillo. Rodeado de frutos, flores y joyas, sonriendo, sabiéndose bellísimo, nacido de una joya y poseedor de todos los caballos. El Señor de la Tierra.

Te aproximas a él:

-Busco a Amitabha, El Rojo.

-¿Para qué?

-Quiero ahondar en mi misma y abrir el corazón.

-¿Y por qué no te sientas a apreciar toda esta belleza?

-No, no busco belleza, busco la verdad.

-¿A qué verdad te refieres?

-La verdad de la vida, la que guardan los Budas.

-Pero si no te paras a ver, a pedir, a compartir, a comer siquiera un dátil ¿cómo crees que vas a encontrarla?.

Te sientas y saboreas unos dátiles.

-¿Quién eres tú?, le preguntas.

-Yo soy Ratnasambhava.

Al mirarlo de nuevo puedes ver que es muy bello, dorado, y que en su mano derecha tiene una joya ricamente tallada que lo refleja todo en sus múltiples caras. Su mano izquierda reposa sobre la pierna con la palma tendida hacia fuera y, como si de una cornucopia se tratara, de ella emana todo lo imaginable y lo no imaginable.

Ratnasambhava, El Amarillo. El Buda de la belleza, es como la tierra, profundamente rico, fértil, abundante y muy, muy generoso. Ha transformado todo su anterior orgullo y vanidad y ahora sabe que toda criatura, todos los seres en el fondo son iguales.

-Esa es mi sabiduría, niña- te dice, y de su mano brota miel, el universo entero yace en un grano de arena y todos los seres en el fondo son iguales, vacuos, y por tanto capaces de ser Buda.

-Ah! yo quiero ser como tú, exclamas, quiero ser generosa y ecuánime, quiero poder apreciar la belleza, quiero quedarme. ¿Qué he de hacer?

-Has de seguir tu viaje, uno de esto caballos te llevará hasta la frontera, no quiero que te canses. Has de buscar a Amoghasiddhi, El Verde. Él te enseñará qué hacer y cómo. Pero siempre recuerda: Dar es el mayor tesoro y apreciar todo, incluso lo mas nimio, como si fuera el universo mismo es lo mas bello.

Monta ahora y canta mi canción OM RATNASAMBHAVA TRAM, RATNASAMBHAVA TRAM, RATNASAMBHAVA TRAM. Cántala 108 veces y todos tus deseos serán satisfechos.

Continuará...