Bien, estabas sentada bajo un árbol. Poco a poco todas las experiencias vividas comienzan como a disolverse, la respiración se hace más profunda y tranquila, enderezas un poco la espalda, juntas las manos sobre el regazo, cierras los ojos y entras en un contacto mucho más íntimo contigo misma: cada respiración, puedes percibirlo, llega a todas y cada una de las células, refrescando tu cuerpo y también la mente; el pensamiento, antes un tanto precipitado, se calma más y más, por momentos es inexistente, no estás pensado. Te sientes en unidad y armonía, por supuesto dentro de ti misma, pero también experimentas esa unidad con lo demás y los demás. Un sentimiento sutil de empatía con la existencia crece y una suave alegría te ilumina por dentro.
Tal vez han pasado horas o días o quizás solo unos minutos, cuando vuelves abrir los ojos el sol cayendo lo ha tintado todo de rojo, todo alrededor parece íntimo, recogido, en silencio. ¿En silencio? No, no, suavemente está llegando a ti una preciosa melodía: Om Amideva Hrih, Om Amideva Hrih, Om Amideva Hrih. Con atención buscas de donde procede esa canción: viene del oeste, de allí por donde el sol se está poniendo; y hacia allí te encaminas.
Los rojos en el cielo tienen muchas tonalidades, colores intensos, vivos y a veces tan oscuros que más parecen granates. Todo ello te hace sentir con intensidad tu propio corazón, te estremece. Es la hora del descanso, del recogimiento. Por el camino empiezas a encontrar aves de precioso plumaje que corretean, juegan, se entretiene desplegando sus plumas y volviendo a cerrarlas, son aves exótica y pavos reales, hay muchos pavos reales. Los dibujos azulones de sus plumas parecen ojos.
En el momento en el que el sol esta de forma más dramática tintándolo todo de rojo, lo ves: Amitabha, el rojo. Está sentado, con dos preciosos pavos reales a su lado, sus manos están en el gesto de dyana: las palmas hacia arriba y la mano izquierda por debajo de la mano derecha, los pulgares se rozan suavemente. Entre las manos sostienen una flor. Tiene los ojos entreabiertos y en sus labios se dibuja una sonrisa.
Sin que percibas movimiento, ni de él ni de sus labios, le escuchas decirte: "Siéntate aquí y medita conmigo". Mientras estás meditando surge comunicación entre Amitabha y tu, mente a mente:
"Yo soy el Buda de la meditación, mi conciencia es profunda y amable. Mi sabiduría todo lo distingue y sé a ciencia cierta que cada ser es único e irrepetible. He transformado el apego y ahora en mi corazón suena este himno: Save Sata Suki Homtu -que todos los seres estén bien y sean felices- Es como si todas y cada una de las criaturas fueran mis hijos o mis amantes".
"Pero yo no amo a todos los seres, algunos son perversos, protestas, y otros muchos, necios. ¿Cómo podría amar a todos como a mis propios hijos o a mi amante? Eso es imposible, al menos para mi, yo no soy Buda", concluyes. Y escuchas a Amitaba diciéndote:
"¿Ah, no. No eres Buda? ¿Serás quizás también tu una de esas criaturas necias de las que hablas?."
Tú guardas silencio, no sabes qué decir. Una especie de terquedad te impide abrir el corazón.
"Al verte llegar, te dice Amitabha, pensé: Ah! mírala podría reconocerla en una multitud, es élla, la que emprendió viaje buscando la verdad. !Ojalá que esté bien, que encuentre lo que busca¡. Que su idea de buenos y de malos se disuelva en el rojo de este atardecer y su corazón se abra y aparezca tal y como sé que es: inmenso, amoroso, tranquilo; como un océano, arriba en la superficie puede haber oleaje, incluso muy bravo olaje, pero abajo en las entrañas del mar todo es calmo, silencioso y claro."
Al oír estas palabras de Amitabha tu rostro enrojece, te avergüenza agarrarte tan tercamente a tus juicios duales sobre los seres, los que no merecen amor, los que si lo merece. Amitabha te ha abierto sus brazos, te invitó a sentarte junto a él. ¿Acaso tú lo mereces?.
"¿Cómo puedo, preguntas, tener ese profundo sentimiento de amor hacia todos los seres?"
Y tú misma respondes: "me quedaré aquí para siempre, tranquila y meditando."
"No, dice suavemente Amitabha, has de seguir el viaje, busca al blanco Vairochana, tiene algo que darte. Pero hay dos canciones que quiero que repitas mientras vas a su encuentro, una es el mantra de mi nombre: Om Amideva Hri, y yo por haré por ti el trabajo de amar, sobre todo cuando tú sientas que no se puede; tienes que repetirlo 108 veces. El otro canto "Save Satta suki Homtu" cántalo hasta la saciedad y recuerda que al cantar: que todos lo seres estén bien y sean felices, tú también estás incluida."
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