Una buena manera de conocerse a uno mismo es viajar. Yo tuve esa oportunidad en la primavera de 1996, cuando fui a Colombia para impartir un curso en una Maestría de la Universidad del Valle, en la ciudad de Cali. Allí encontré un espacio radicalmente nuevo: un lugar donde debatir, confrontarme, escuchar y aprender. Conocí en la universidad a estudiantes y profesores que procedían de diferentes especialidades y con ellos tuve una experiencia pedagógica y humana inolvidable. Aquel viaje no se limitó al ámbito académico, sino que cuando regresé al año siguiente, comencé a involucrarme en diferentes proyectos, dentro y fuera de la universidad. Y así nacieron los grupos de escucha.
Trabajando con la comunidad logré encontrar el camino medio entre el trabajo académico y mi práctica espiritual. En los siete años que permanecí en Colombia se intensificó mi práctica de meditación. En cierto sentido era una necesidad que surgía del propio trabajo con la comunidad. Los grupos de escucha eran espacios de comunicación, atravesados por una mirada contemplativa, por la atención consciente. Grupos de mujeres, de jóvenes, talleres con comunidades indígenas, con líderes comunitarios… Todos parecían reconocer el poder del silencio para comenzar a cultivar niveles de conciencia cada vez mayores. Yo mismo me sentía transformado por la experiencia. Aprendí que trabajar en la comunidad y para la comunidad, de forma altruista, es una experiencia espiritual transformadora; y al poner el énfasis en la práctica de “escuchar”, podían liberarse fuerzas que habían permanecido solapadas por el miedo, la ignorancia o la vergüenza. La atención consciente aplicada a la comunicación comunitaria resultó ser una metodología de enorme eficacia para abrir espacios de conciencia y de libertad.
Un viajero no es un turista, un viajero es más bien un buscador. Y el viaje es su espacio natural. Creo que gracias a esa comprensión me permití prolongar aquel viaje y dejarme afectar por el encuentro con los otros. Y aún, pasados unos cuantos años, sigo agradecido por todo ello.
Cuando llegó el tiempo de regresar, era consciente de que mi modo de enfocar el trabajo había cambiado de forma sustancial. Y así, no sin ciertos ajustes, logré llevarlo a la Universidad. En el año 2005 tuve la fortuna de conocer a Vicente Martínez Guzmán, director del Master de la Paz en la Universidad Jaume I de Castellón. Y en ese nuevo contexto, con estudiantes procedentes de diferentes países, pude trabajar con las prácticas de escucha y atención consciente. En este mismo momento sigo colaborando con esa misma Universidad con el curso “Educación de los sentimientos”, que es el resultado de todo este proceso y que me permite mantener un interesante diálogo entre el saber académico y la filosofía budista, a través de la aplicación de la atención consciente.
Este curso que os propongo, “Educación de los sentimientos”, está en permanente (re)construcción, porque han sido diferentes los contextos en los que se ha realizado. Como budista, comprometido con el dharma, es un placer realizarlo en el Centro budista de Valencia, donde están mis raíces y donde he tenido la oportunidad de conocer la Comunidad budista Triratna. Mi encuentro con Dharmakirti en el curso de “Atención Plena” fue el acicate para hacer esta propuesta. Como ya apuntaba el maestro Sangharàkshita en el “El sendero del Buda”, a propósito del habla correcta: “Podemos permanecer en silencio un tiempo limitado, pero comunicarnos es algo que hacemos la mayor parte del tiempo”. Por tanto, aprender a comunicar aquello que sentimientos y pensamos y hacerlo con honestidad, amabilidad y armonía, es una tarea llena de significado en nuestra práctica espiritual.
Juan José Tarín
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