Ángela y Judit -Historia de Bodhisattvas-

Nunca antes había visto una mujer como Judit. Era de tez muy morena, hablaba con acento francés, sumujer pajaro... pelo larguísimo y muy negro estaba siempre suelto y danzaba sobre sus hombros conforme ella se movía.Tenía las uñas rojísimas y largas y vestía con pantalones o con vestidos algo extravagantes. En el barrio se decía que era de Flandes, que había sido puta...

Mi maestra

Yo tenía diez años, esto nos sitúa en 1965. Quizás los efectos más devastadores de la guerra y la dictadura estaban suavizándose, no lo sé, yo era una niña y no sabía mucho de estas cosas. Lo que si notaba es que había por todas partes unos grandes ideales sobre dios, la patria, la muerte, la hombría, la verdad, lo espiritual, la familia....y después estaba la realidad, las personas, el cura, el maestro, el vecino, el pobre, el con dinero, las mujeres, chiquillos... es decir, la vida del día a día, como muy por debajo de todos estos ideales - un abismo entre aquellos grades pero falaces ideales y la vida-.

Se decía -con o sin palabras- que si eras de los buenos todo debería estar yendo bien para ti, de modo que en mi familia no debíamos ser de los buenos, y miraba a mi alrededor preguntándome qué tan bien estarían los demás sin tener capacidad para averiguarlo. Todo era oscuro y perverso.

Yo no sabia mucho pero sí sentía y apenas podía soportarlo.

Era una niña sensible e imagino que tenía algo así como una depresión. De ser hoy probablemente me hubiera tratado el psicólogo del colegio. No fué el caso y, francamente, no me quejo. Aunque valoro mucho la psicología y cómo la hemos desarrollado en occidente, siento que los niños necesitan otra cosa. Creo que necesitan lo que yo tuve: mi maestra.

Esto es un pequeño homenaje a algunas de las cosas que me salvaron de aquella oscuridad: mi maestra, la playa, la azotea de mi casa y Judit, una extraña mujer que llegó al barrio por esa época. Por supuesto que a pesar de las dificultades mi familia era amorosa, y de seguro que muchas más cosas y personas contribuyeron a que sea la mujer que soy. Compartiré con vosotros recuerdos de Ángela y de Judit, preciosos recuerdos.

Como niña estaba llena de energía y saltaba, jugaba, reía. También sufría accesos de llanto repentino: inesperadamente comenzaba a sentir un nudo en el pecho que, poco a poco, subía hasta la garganta. Lo acompañaba una sensación como de haber hecho algo malo o de culpabilidad; sentía dolor y mucha pena por mi madre -era todo muy difícil, la subsistencia era dificilísima- me sentía oprimida, llena de angustia y el llanto brotaba incontenible.

Solía ocultarme cuando lo notaba, escapaba a cualquier parte: la azotea era un buen lugar, también el wáter -he pasado muchas horas en los wáteres-. Cuando era imposible ocultarme fingía que me dolía el oído o que me había caído, así que nadie se enteraba de nada. Sabía disimular muy bien, pero me gané la fama de ser rara y un poco tonta.

Aquel día, a primera hora de la mañana, la profesora nueva nos daba clase de lengua. Yo estaba haciendo en un mismo curso dos: preparándome para el examen de ingreso al bachiller y a la vez estudiando el primero. Al parecer iba un poco retrasada y en ese colegio, que era bastante exigente, pensaron que tenía que hacer las dos cosas a la vez. Yo iba mal en los estudios, como podréis imaginar, con esa sobrecarga emocional y con una dislexia (cosa que solo recientemente he averiguado que tengo) complicando las cosas.

Esa mañana me sentía mal, como tantas otras, y estaba haciendo un gran esfuerzo para deshacer el nudo. Cuando la crisis de llanto me daba en el colegio era especialmente horrible para mi. La maestra nueva me miraba, lo cual añadió mas tensión temiendo que me riñera o me castigara. Yo redoblé el esfuerzo para no llorar, para que nada se me notara. Ella me miró, miró su lista de nombres, volvió a mirarme y dijo:

"Eres Gutierrez, verdad?". "¡Oh dios mío!", pensé. "Si", dije yo. "¿Qué te pasa, te encuentras mal?". "No, no señorita, me apresure a decir, estoy bien gracias". "No me parece", insistió ella. "Si, estoy bien". "No, pareces cansada quizás tienes sueño".

"¡Vaya, castigo seguro!", pensé. "No, no, no tengo sueño", dije y se me debió notar el miedo.

"No pasa nada, todos en algún momento pasamos una mala noche". "No", insistí yo a punto de desmoronarme.

Entonces me dijo: "Mira, haz una cosa, pon los brazos sobre el pupitre, recuéstate y duerme un ratito". ¿Te lo puedes creer? "Duerme un ratito". No unos golpes en la mano, no una riña. Me dejó reposando sobre el pupitre toda la clase.

Tal vez hoy, no estoy segura, los maestros hagan cosas así, darse cuenta de quién tienen delante y de que le esta pasado algo; darle el espacio, el respeto y la consideración que todos necesitamos. En aquel tiempo esto estaba muy lejos de ser lo que pasaba, aquella nueva maestra era pues algo especial.

A la tarde, después de comer, regresé al colegio. Todo había pasado. Subía las escaleras a todo correr y, al girar el ultimo recodo de la escalera y entrar en el pasillo, tropecé con Ángela: este es, o era, el nombre de aquella maestra preciosa. Pedí disculpas: "Perdón seño", y me dispuse a seguir mi camino, pero Ángela me tenía sujeta por los brazos. "¿Cómo estás, Gutierrez?". "Bien, señorita". "¿Qué te pasaba esta mañana?". "Nada, que tenía sueño". "No, dijo ella, ¿por qué no me cuentas lo que te pasaba?" Y yo : "Que tenía sueño" y ella que no y yo que si y ella sonriendo: "No" y sin soltarme.

Me agarraba suave y estaba inclinada sobre mi, claro yo era pequeña y ella muy alta, al menos eso me parecía entonces. Era una mujer joven, creo que con la carrera de maestra recién terminada, y era de un pequeño pueblo de Valencia, Villar del Arzobispo. Morena, con un corte de pelo muy a la moda, media melena y la parte derecha cayendo sobre el rostro de tal modo que solo quedaba visible la otra mitad. A mi me parecía muy especial, agradable, guapa y, francamente creo que lo era. Desde luego su corazón y su mente eran bellos. Sus modales eran suaves pero tenia bastante fuerza, no debió ser nada fácil que en el colegio, el director y también el equipo de profesores, le dejaran ser como era. No, no de debió de ser nada fácil, pero supo tener una influencia renovadora y positiva.

Bien, después de unos instantes interminables, yo con el "no me pasa nada" y ella con el "si, dime que te pasa", me eché a llorar. Lloré y lloré desconsolada, como solía ocurrirme. Ángela no dijo nada. Poco a poco me sacó del pasillo y terminamos en una clase vacía, ella sentada y yo abrazada a ella, llorando.

"¿Quieres decirme por qué lloras?". "No lo sé señorita, me pongo mal y lloro"..

No puedo recordar que más cosas le conté, quizás sobre mi opresión en el pecho o algo sobre mis penas. Yo no sabía nada pero me sentía fatal.

Ángela me hizo una propuesta: voy a hablar con los demás maestros. Diremos que estás enferma, que te duele el estómago, así que cuando sientas ganas de llorar pides al profesor con el que estés salir para venir a mi clase y te vienes conmigo. A mi me pareció una idea fantástica. Cuántas horas pasé entre los amorosos brazos de Ángela llorando, no lo sé. Lo que si recuerdo es que en ocasiones le dejaba el hombro empapado de llanto y posiblemente de mocos y ella ni siquiera se limpiaba.

Obviamente habiendo conocido una bodhisattva así, no es extraño que ahora sea budista ¿verdad?-

En los estudios iba mal. A ésto se respondía por parte de los maestros con unos golpes en la mano con una vara de madera, con castigos de repetición y repetición, con ridiculización y cosas así. El sistema de Ángela fué muy distinto y no estoy exagerando: a la mínima ocasión resaltaba lo bien que lo había hecho. Ella si que exageraba un poco: me ponía notas altas y continuamente me animaba a hacer cosas, a responder preguntas, diciendo a continuación a toda la clase: "¡Uy. Mirad qué bien lo ha hecho Gutiérrez!". Y si había algo que rectificar lo hacía con tal gracia que no pareciera que yo estaba equivocada y, a la vez, se me grababa en la mente. Siempre hablaba bien de los alumnos. Cada cual, por una u otra cosa, eran para ella estupendos y lo decía. Mi rendimiento comenzó a cambiar, mis notas en general, a subir. Empecé a sentir que podía y estudiaba con algo más de placer, sobre todo, claro, las asignaturas de Ángela.

De alguna manera Ángela era solo una buena chica de pueblo que amaba su trabajo, una joven con una atención consciente despierta, tanto por su esfuerzo personal como por ¿cómo expresarlo? pura gracia. Una maestra valiente que no solamente cuidaba de sus alumnos y sabía muy bien cómo ser maestra, sino que además enfrentaba todo un sistema sin que el sistema mismo lo notara. Su labor conmigo, los otros alumnos, el colegio y cómo se hacían las cosas allí fue silenciosa pero muy efectiva. Ella creaba un ambiente y los demás nos sentíamos mejor, incluso los otros maestro.

No parecía importarle averigua qué me pasaba, es decir los detalles, no se si hubiera sido posible averiguarlo, y quizás ella lo sabía y se enfocaba en lo importante: que yo estuviera mejor. Nunca buscó ni insinuó que yo buscara un culpable de mi llanto. Ángela ponía su hombro, sus brazos, su sonrisa, sus mejores ideas, su casa del pueblo, su capacidad de darse cuenta, su oficio de maestra y lo demás, por lo que a mi respecta, sosegarme y sonreír, "ocurría" como por si mismo. Y otras muchas cosas pasaron en el colegio gracias a Angela.

En varias ocasiones formó un grupo de tres o cuatro niñas y nos fuimos con élla al pueblo para pasar juntas el domingo jugando, saltando, riendo. Ésto me ayudó a desarrollar amistad con las otras niñas. Subimos montañas ayudadas por Ángela, bajamos a cuevas misteriosas - "otra vez seño, otra vez porfa"- -"si, claro que si, tenemos tiempo-". Nos lavamos en un riachuelo, comimos la merienda que había preparado, reímos y nos pusimos pesadas como solo los niños pueden ponerse, pero Ángela no cambiaba su tono amable y feliz y, si nos poníamos un poco excitadas como suele ocurrir cuando los niños corren, juegan y se ríen mucho, que se van acelerando un poco, sabia cómo bajar la energía unos grados sin recurrir a la riña. Una mujer sabia, sencilla y alegre.

Ángela supo ver, en realidad fué muy rápida viendo que me pasaba algo, se interesó y se involucró de forma profunda, comprometida y sincera. Utilizó una terapia infalible: amar y valorar. Me ayudo de forma muy hábil a hacer amigas, me estimuló intelectualmente e hizo posible que creyera un poco en mi: aprobé los dos cursos. Después desapareció de mi vida pero no de mi corazón ni de mi mente.

Ángela, ¡qué bien le iba el nombre!, me enseño mi primera clase de metta y de muditta, karuna y upeksa. Es decir: amor sin importar quien eres o que te pasa, capacidad de alegrarte de lo bueno que les pasa a los demás, compasión en el mejor de los sentidos, y paz en el corazón vengan de donde vengan los vientos. Mi primera maestra en el sentido mas amplio de la palabra.

Judit.

Yo vivía en el Cabañal. El bar que frecuentaba mi padre, y algunos domingos también mi madre con mis hermanas y yo misma, para tomar el vermut -Esto era una tradición en Valencia, la familia iba al bar los domingos para tomar un vermut.-. Bien, pues el bar que frecuentaba mi padre fue traspasado y llegaron para regentarlo un buen hombre llamado Juan y su mujer, Judit.

Nunca antes había visto una mujer como Judit. Era de tez muy morena, hablaba con acento francés, su pelo larguísimo y muy negro estaba siempre suelto y danzaba sobre sus hombros conforme ella se movía. Tenía las uñas rojísimas y largas y vestía con pantalones o con vestidos algo extravagantes. En el barrio se decía que era de Flandes, que había sido puta y que "había que ver como trataba a su pobre marido y a su hija". Más tarde la oí contar a ella misma, entre risas, que la habían echado de su pueblo "por cosas con hombres", decía, y vi en directo cómo trataba, no solo a su marido y a su hija, sino a todo el mundo y a mi me pareció el mejor de los tratos. Parecía traerle sin cuidado las murmuraciones y las costumbres fascista/religiosas de la época.

Me sorprendía mucho verla reinando en su bar, sentada detrás de una flamante caja registradora, en una silla alta, dominado la situación con mucho humor y descaro. Nada de cocina, nada de mercado, nada de zapatillas y delantal. Lucía descarada y glamurosa, pero obviamente no era nadie de clase alta. La veía libre. Su actitud con otras mujeres era muy interesante: las animaba, las enseñaba cosas, las sugería leer... Y las conversaciones no eran sobre los hijos, los maridos y la casa. Judit contaba increíbles historias. 

También trataba a los hombres de manera especial, es decir, de igual a igual. Al conocer a Judit me di cuenta de que las personas, el mundo, y en especial las mujeres, podían ser de distintas maneras. El patrón único y pobre que había ante mis ojos se abrió sorprendiéndome gratamente. Claro que en aquel entonces no tenía ésto así de elaborado, solo sentí que Judit era una presencia viva, refrescante, positiva y muy interesante.

Judit tenia una hija bastante más pequeña que yo. Tenía una peculiaridad, quizás síndrome de Down, y la relación entre ambas también era muy distinta a la relación que solía haber entre madres e hijos. Ni que decir tiene que la relación con Juan nada tenía que ver con la típica relación de marido/mujer. A mi me pareció una forma de amor poco dominante, era alegre y dejaba ser al otro a la vez que ella misma era. Todo en Judit, en su vida, en sus modos, en sus relaciones, era libre, un tanto osado y contra la corriente de aquella sociedad de "dictador bajo palio" y de moral dudosa.

Judit tenía también un hermoso perro, ya mayor, un dálmata muy cariñoso de nombre Parker, que más de una vez me metió en problemas a subírseme encima y ponerme perdido el único babi blanco que tenía para el colegio.

La gente decía que la de moral más que dudosa era ella, pero yo lo vi claro: no, no era así en absoluto. La moral de la época era oscura, falsa y ensuciaba, en tanto que la de Judit era transparente, fresca, como recién lavada, y bastante natural, mucho más cerca de no hacer daño y ayudar en lo que pudiera que de aparentar nada o de seguir reglas hipócritas.

Me gustaba asomarme por el bar y saludarla cuando iba y venía del colegio. Judit era muy simpática conmigo y aveces me invitaba a un refresco, pero con lo que yo disfrutaba de verdad era sentándome allí en el bar observándola. Con o sin refresco era para mi como una gran ventana abierta a otra realidad y me gustaba.

Se acercaba el día de mi comunión. Un día, al pasar por el bar y entrar a saludarla, le pregunté: "¿Vendrás a mi comunión?". "Por supuesto", dijo ella en voz muy alta, "y vete pensado qué quieres que te regale". La comunión, en aquellos tiempo, era solo la comunión, nada de banquetes -quizás para los más prósperos una merienda en familia- así que la invitación era a ir a la iglesia.

Le conté a mi madre lo del regalo y ella me dijo que "Ni hablar", que aunque Judit me lo hubiera dicho yo no tenía que pedirle nada, y que si me lo volvía a decir tenía que contestarle: "No gracias, Judit, no quiero nada, muchas gracias".

En mi familia esto era una norma, te ofrecieran lo que te ofrecieran uno debía decir que no. Si la mamá de tus amiguitas te ofrecía de merendar tu debías decir: "no gracias ya he merendado" o "no tengo hambre". "¡Pero si no he merendado!", protestaba yo. Nada que hacer, de nada servían mis protestas, había que decir siempre "no". Y no había que pasar de la puerta de las casas de otros, nada de meterse hacia dentro de la casa, eso era de mala educación.

Así que cuando Judit volvió a preguntarme "¿Qué quieres de regalo?", yo respondí con vocecita boba: "No gracias Judit, no quiero nada". Judit soltó una carcajada me cogió de la mano y me llevó a la joyería/relojería que había muy cerca del bar. "A ver, elige lo que quieras" me dijo. "Es su comunión", le explicó al joyero. Yo, deslumbrada, miré y miré y elegí una sortija con una preciosa piedra roja. Me estaba grande pero para entonces yo ya no podía esperar a que la arreglaran, ni podía pensar en elegir otra cosa. Estaba entusiasmada, quería esa sortija y ese mismo día. "Pues está bien, dijo Judit, así te servirá para mucho tiempo. Le enrollaremos un hilo por debajo para que no la pierdas". Salí con mi preciosa sortija en el dedo, fuimos al bar, me enrolló un hilo para que ajustara y me fui a casa feliz. No solo por tener ese magnifico regalo sino, y sobre todo, porque nunca antes nadie me había permitido elegir y, sin cuestionar la elección, darme lo que yo quería.

La riña que me echó mi abuela fue tremenda y quería que devolviera el regalo. Por suerte mi madre intercedió. Mas tarde oí una conversación entrecortada entre Judit y mi madre: "Qué importancia tiene -decía Judit- yo os quiero mucho... Mira qué contenta está... Déjalo ya, Isabel, es solo dinero y a lo mejor ni siquiera lo pago ¡jajaja!".

Judit salio de mi vida igual que llegó, sin que lo esperara. Vino a despedirse y de regalo, de magnífico regalo, nos dejó su perro, Parker. "Tu mamá está de acuerdo, tu abuela no tanto porque dice que al final el trabajo será para élla, así que tu tienes que hacer el compromiso de cuidarlo. Le quiero mucho -me dijo- pero a donde vamos no podemos llevarlo ¿Cuidaras de él?"

Judit me enseñó muchas cosas, pero siento que lo más importante fué que me abrió los ojos: la vida y las gentes son de muchas maneras y las que pueden parecer, en lo convencional, no muy buenas pueden resultar las mejores. Un Bodisattva tántrico Judit, que aún recuerdo con gratitud y cariño ¡Ah, y aún guardo la sortija!.


Gracias!

Hoy estuve leyendo estas descripciones y me emocioné. A lo mejor es que soy maestra, a lo mejor que soy del Grao o que fui una alumna con problemas...Me ha hecho pensar en quienes fueron las personas que me ayudaron a lo largo de mi vida. Tal vez sea hora de agradecer.

Gracias a ti, me alegra que

Gracias a ti, me alegra que te haya gustado e inspirado.

 

 

 

Buenas tardes, de primera instancia es un placer el saludarla.
El motivo de contactarla es por que nos interesa el poder hacer un documental sobre la problematica que tiene desde 1998 el Barrio del Cabanyal con la construccion de la ampliacion de la avenida Blasco Ibañez, trabajamos diferentes proyectos visuales tales como : cine y cine -documental y el proyecto que estamos armando en este momento es el de un documental sobre esa lucha del Cabanyal, enfoncado a la perdida socio-cultural de destruirse parte del mismo barrio.

Por tal motivo, nos gustaria el poder incluirla entre las historias de vida del proyecto documental, sobre personas que vivieron y/o viven todavia en el barrio para que nos cuenten sus vivencias.

Esperamos el que pueda apoyarnos en este proyecto documental: Cabanyal el alma de un barrio.

Saludos y estamos en contacto
Atte

Julio Montfort Marquez
Director Documental: Cabanyal El alma de un barrio
Tijuana, Baja California, Mexico.
e-mail: hidro75@hotmail.com